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[ El año de Martínez ] [ Victoria pírrica ] [ El sueño del Rey Rojo ]
[ Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos ]
[ Territorio de pesadumbre ] [ Anticipo de El sueño del Rey Rojo ]
[ Anticipo de Sherlock Holmes y ... ] [ Entrevista a Rodolfo Martínez ]

   Por Iván Olmedo

 

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   No es muy habitual, por desgracia, que un autor español dedicado casi exclusivamente a la ciencia ficción vea cómo en un mismo año aparecen tres títulos suyos editados en formato de novela, y con las garantías que tres editoriales del gremio con presencia relevante en la actualidad pueden darle. Rodolfo Martínez lo ha conseguido este año. Y además, de una manera fulminante, en tres meses consecutivos que me han llevado a titular este artículo de una forma tan tajante. Como no podía ser menos, la importancia sustancial de este hecho requería que se dedicase un texto tanto al autor como a sus tres hijos literarios: Territorio de pesadumbre, dado a luz en Ediciones Robel; Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos, alumbrado en Bibliópolis; y El sueño del Rey Rojo, parido en Gigamesh...

   Como centrarse en la simple crítica de las obras, habida cuenta de que sus reseñas han de aparecer en este mismo especial, sería redundante y no aportaría más que otra opinión personal, surgió la idea de ponerse en contacto con el autor para que él mismo nos contase los entresijos de la creación y los sentimientos propios que le infunden estas obras. En pocas palabras, saber aquello que sólo Rodolfo Martínez puede revelarnos. Hay que agradecer su amabilidad a la hora de atender rápidamente nuestra petición; como podréis comprobar ha sido generoso en palabras y no se ha quedado en el mero trámite de apuntar unos datos, sino que nos ha dado la oportunidad de poder aportaros, en exclusiva, un texto de interesante contenido del que podemos sacar muchas conclusiones. Tenía algunas dudas a la hora de decidir de qué forma podía ofreceros mejor sus palabras; en vista de lo sumamente interesante del texto y de que la finalidad principal es que escuchemos su propia voz, he optado por no recortar nada, intentando inmiscuirme lo menos posible en el desarrollo de la narración. Espero que se comprenda que no se trata de buscar el camino fácil o la solución perezosa, sino de ser consecuente con las intenciones del trabajo.

   Así pues, no nos demoremos más...

La inspiración llega a las tierras baldías

 

Territorio de pesadumbre

 

   Territorio de pesadumbre es una reedición, la única auténtica reedición entre los tres títulos. Publicada originalmente una reducidísima tirada en edición especial de la Semana Negra de Gijón, se trata de una obra muy escasamente leída y que halla ahora una oportunidad mayor al ser editada por Robel. Nació para ser presentada al premio UPC, y unas reflexiones previas del autor acerca del mismo son de interés para comprender el por qué de ese nacimiento:

   “Los elementos que han contribuido al pequeño (aunque todos deseamos que imparable) florecimiento actual de la ciencia ficción y la fantasía española son muchos, y no es mi intención analizarlos aquí. Pero hay uno que, quizá demasiado a menudo, se ha obviado, y es el Premio UPC de novela corta. Con más de doce años a sus espaldas se ha convertido en una de las citas obligatorias para los aficionados españoles, y tuvo como consecuencia en su momento que los autores españoles nos animásemos a probar un género que, hasta entonces, había sido abordado sólo ocasionalmente: la difícil «distancia media» de la novela corta. El millón de pesetas (seis mil euros ahora) con que estaba dotado el premio, unido a la publicación del ganador en la colección Nova de Ediciones B, fueron un acicate y un estímulo para muchos; de pronto el paisaje literario empezó a llenarse de novelas cortas y eso tuvo la consecuencia casi inmediata de ampliar nuestro panorama editorial. No es descabellado decir que muchas de las pequeñas editoriales semiprofesionales que surgieron en los noventa tienen contraída una gran deuda con el UPC: de pronto se encontraron con abundantes textos cuya extensión les venía como anillo al dedo. A causa de sus especiales características, para esas editoriales publicar novelas completas representaba un esfuerzo económico excesivo, mientras que la extensión más «razonable» de la novela corta les permitió dedicarse a la edición sin correr riesgos que pusieran en peligro su continuidad. El progresivo mejoramiento y profesionalización en el aspecto estético de los productos de editoriales como Espiral debe, creo yo, mucho al Premio UPC, sin por ello restar méritos a la labor callada, paciente y persistente de Juan José Aroz como editor. No cabe duda de que la abundancia de originales de la extensión adecuada tuvo mucho que ver, en los primeros tiempos, con que ese tipo de pequeñas editoriales encontraran su espacio natural en el mercado”.

   Como vemos, el acicate del prestigioso premio hace que novelas como Territorio de pesadumbre, no galardonada, tengan la oportunidad de nacer y ser más tarde dadas a conocer por otros medios. Pero no adelantemos acontecimientos; la novela sí resultó premiada posteriormente con la Beca Pepsi Semana Negra en 1998. La inquietud del autor cosechó su primer triunfo. Así recuerda su creación:

   “El UPC tuvo también una enorme influencia en mi vida. Entre 1992 y 1999 dediqué algunas de mis mejores horas a la creación de una novela corta con destino al premio. No llegué a ganarlo nunca, aunque quedé finalista en dos ocasiones (“Los celos de Dios” y “El alfabeto del carpintero”) y obtuve la mención del jurado en otra (“Este relámpago, esta locura”). Otros textos que escribí con destino al UPC y que terminaron apareciendo en otros lugares fueron “Un agujero por donde se cuela la lluvia”, “Un jinete solitario” o El sueño del Rey Rojo —en una primitiva versión bastante distinta a la actual—... y, por supuesto, este Territorio de pesadumbre que ahora nos ocupa.

   Fue escrito con destino al UPC de 1994 y pasó por los ojos del jurado sin, al parecer, despertar demasiado interés. Languideció algún tiempo en mi disco duro, hasta que un día se me ocurrió volver sobre él e incorporar algunas cosas nuevas. Por aquel entonces la novelita empezaba en lo que ahora es el capítulo cuatro y, a la hora de alargar la historia, se me ocurrió que, en lugar de contar con más detalle algunas cosas ya narradas o prolongar los acontecimientos más allá del final (algo muy difícil, teniendo en cuenta cómo terminaba) era mejor detallar algunos de los antecedentes del relato, contar qué había ocurrido antes de ese capítulo cuatro que empezaba con Kal embarcado en una lucha a muerte con sus clones. Así, me centré en la historia de su padre y sus problemas con los Exteriores.

   En Territorio de pesadumbre conviven, en una relación un tanto extraña, y que sin embargo creo armónica, dos elementos tan dispares como son la ciencia ficción y la fantasía. Pese a la opinión, quizá no dominante pero sin duda sí extendida, de que la ciencia ficción no es más que otro subtipo de literatura fantástica, yo siempre he pensado que son dos géneros distintos y que, pese a superficiales apariencias de similitud, guardan pocos parecidos. Es cierto que ambas son literaturas «no realistas» pero si la ciencia ficción tiene como norma fundamental la plausibilidad (lo que se cuenta en ella no ha sucedido en el mundo real y no puede suceder ahora mismo, pero podría llegar a suceder en alguno de los múltiples futuros posibles) la fantasía, por el contrario, postula un universo diferente al nuestro, con unas normas y unas leyes completamente distintas. De hecho, mientras que la ciencia ficción es una literatura eminentemente racional, la fantasía se empeña en mostrarnos una y otra vez la veta de irracionalidad presente en el mundo. Así, siempre he tratado de resumirlo diciendo que la literatura realista cuenta lo que ha podido ocurrir, la fantástica lo que es imposible que ocurra y la ciencia ficción aquello que quizá podría llegar a ocurrir.

   Territorio de pesadumbre es, por definirlo de algún modo, literatura fantástica que se desarrolla en un decorado de ciencia ficción, en contraposición a otros tipos de fantasía que normalmente se desarrollan en un decorado parecido al mundo real cuando no, directamente, en un universo totalmente apartado del nuestro. La Tierra de Territorio de pesadumbre es nuestra Tierra, tal y como podría ser después de algo más de setecientos años y de una guerra que ha arrasado casi por completo el planeta. En ese decorado se inserta una trama que, no me molesta reconocerlo, tiene más de una deuda con el Dune de Frank Herbert, y en la que, poco a poco, va asomando una línea argumental que hace que la historia se adentre en el territorio de lo fantástico; un fantástico influido en buena medida por algunas ideas de Neil Gaiman, un autor que desde los ya lejanos días de “El sueño de los justos”, su primera historia de Sandman, ha ejercido sobre mí una notable influencia.

   Esta curiosa amalgama de influencias contradictorias no fue deliberada: me temo que pocas cosas en mi obra lo son. Casi siempre funciono a golpe de impulsos creativos y, cuando me siento a escribir, la historia lleva ya un rato cociéndose en mi subconsciente sin que, en la mayoría de los casos, me haya dado cuenta de lo que pasaba. Como en tantas otras ocasiones el entorno, la historia y los distintos giros argumentales de Territorio de pesadumbre se presentaron ante mí casi totalmente acabados y aún hoy no sé cuáles fueron los procesos por los que mi mente llegó a la conclusión de que Herbert y Gaiman eran combinables pese a la diferencia de texturas narrativas y que el resultado final podía funcionar literariamente. Lo cierto es que en ningún momento del proceso tuve la sensación de que me estuviera enfrentando a nada especialmente difícil y, desde luego, la idea del fracaso nunca pasó por mi cabeza.

 

Territorio de pesadumbre

 

   Lo que me lleva a pensar que, tal vez, esa ambición o «valentía literaria» que algunos han querido ver en mí y que me lleva a plantearme obras sin importarme los riesgos narrativos que corro, no tiene nada que ver ni con la valentía ni con la temeridad, sino con la pura y simple inconsciencia. No soy consciente de los peligros, y nunca he sentido que de lo que escribo unas cosas sean más difícil de rematar que otras: para mí todas las obras son iguales, en el sentido de que son historias que, por un motivo u otro, me resultan atractivas y me apetece contar (no lo son en el sentido de que todas me afecten del mismo modo en lo personal, pero eso ya es otra historia). Así, cuando me siento a escribir soy consciente de la «zanahoria» (contar un historia que me resulta interesante) pero no del «palo» (la posibilidad de que no pueda, o sepa, contarla todo lo bien que se merece). En cierto modo, considero que esa inconsciencia es una bendición que ha funcionado de varios modos distintos a lo largo de mi carrera, y no me cabe la menor duda de que, si he podido conseguir aunque sea un puñado de obras aceptables, es gracias a que, cuando me puse a escribirlas, no sabía que quizá estaba picando demasiado alto para mis capacidades literarias.

   En el caso de Territorio de pesadumbre lo que me atrajo de la historia fueron una serie de elementos bastante dispares: por un lado esa tierra devastada, condenada a una suerte de feudalismo. Por el otro, la figura del joven Kal: fue la primera vez que me atreví con un adolescente como personaje central, y la verdad es que estoy bastante satisfecho con los resultados. Añadamos a eso la figura de Shamael y su paradójico destino, y el modo en que aporta, poco a poco, los elementos fantásticos a una trama que empieza siendo ciencia ficción, y creo que habremos dado con las claves de lo que me interesó de Territorio de pesadumbre como escritor.

   Y que, en cierto modo, todavía me interesa. Y es que a veces me encuentro ante posiciones literarias muy incómodas, cuando narraciones que ya creía terminadas, insisten en llamar una y otra vez mi atención y en pedirme que vuelva sobre ellas. Decía Hemingway que, para él, un libro publicado era un «león muerto»: una tarea concluida sobre la que ya no merecía la pena volver. Siempre he estado de acuerdo, en principio, con esa idea, pero a menudo la realidad ha insistido en llevarme por otros caminos.

   Con el añadido de los tres primeros capítulos creí que había rematado para siempre la historia: había cristalizado en su estado definitivo y no tenía sentido volver sobre ella, como no fuera para corregir, aquí y allá, algunos elementos de estilo. Así fue presentada en la primera Beca Pepsi-Semana Negra de novela corta, y así se la presenté a Domingo Santos cuando me pidió algo para el segundo número de «El doble de ciencia ficción» de ediciones Robel.

   Y sin embargo, la historia no me ha dejado tranquilo. De vez en cuando Territorio de pesadumbre vuelve a mi memoria, se enfrenta conmigo y me pide que la remate, ahora de verdad, que termine de contarla, que la complete. ¿Completar qué?, me digo. La respuesta a menudo es borrosa e imprecisa y posiblemente por eso no me he puesto todavía con ello. Pero, borrosa e imprecisa como es, existe. Así que me temo que tarde o temprano no me quedará más remedio que volver sobre ella y rematar la historia con todo aquello que le falta y que, en realidad, aún no sé lo que es.

   Pero lo sabré. Espero.”

   Martínez, que gusta del uso de abundantes referencias tanto literarias como extraliterarias a la hora de abordar sus propios trabajos, reconoce aquí las influencias que con asiduidad hacen acto de presencia en sus tramas y escenarios. Como él mismo dice, la mezcla de géneros, el mestizaje, es una baza importante que jugar en la creación fantástica, y lo que llama inconsciencia, ese desparpajo tan característico de sus escritos, hace que novelas como la comentada, resulten frescas y un punto sorprendentes, –a pesar de utilizar lugares comunes– al no saber el lector qué giro argumental puede atacarle en cualquier momento.

   El hervidero de ideas nunca aceptadas por el autor como definitivas nos dará con el tiempo, estoy seguro, una revisitación de este escenario cienciaficcionero con sabor de pura fantasía. De momento, la edición de Robel viene a subsanar el desconocimiento mayoritario que arrastraba este título desde su primera publicación.

Ideas brillantes arropadas por la oscuridad

 

Sherlock Holmes y la sabiduría
de los muertos

 

   Dando un paso más allá, Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos no es una simple reedición de la novela corta La sabiduría de los muertos. Aunque la génesis de este título se me antoja mucho más tortuosa, y su camino más errático –como leeremos a continuación– que la del anteriormente citado, su destino final fue el de alzarse con otro premio, el Asturias de Novela, en 1995. Su destino final hasta este mismo 2004, en que su recuperación popular por parte de Bibliópolis (no olvidemos que la tirada de la edición original fue, una vez más, muy reducida) demuestra que la obra del asturiano se iba mereciendo el apoyo de editoriales con más posibilidades de ofrecer una edición cuidada y con mayor difusión. Qué duda cabe que el éxito de la colección Bibliópolis Fantástica, así como la calidad con que se presenta habitualmente y lo atractivo de su diseño, sin olvidar que estamos ante un texto revisado y extendido, hacen que la obra sea de lectura obligada para todos los seguidores del autor. A continuación sigue un extenso despiece de recuerdos y confesiones; es una muestra fantástica de las inquietudes y el amor que el autor demuestra por su profesión, y de la idea de que la literatura, por sí misma, puede ser fuente inagotable de inspiración. Continúa Rodolfo:

   “Cuando tenía poco más de dieciséis años escribí una serie de historias en las que un descendiente de Sherlock Holmes que vivía en la España del futuro (no recuerdo la fecha, probablemente mediados de este siglo XXI) investigaba y resolvía una serie de casos criminales. Uno de ellos, lo recuerdo bien, copiaba, con cierto desparpajo pero sin demasiado éxito, la trama de “El problema del puente de Thor”, uno de los relatos canónicos holmesianos. Otro de ellos lo llevaba a resolver un asesinato bastante aparatoso en el Valle de los Caídos (lo que no deja de resultar curioso, pues la idea de relacionar el monumento franquista con Sherlock Holmes ha vuelto recientemente a mi cabeza, si bien por cauces completamente distintos). No recuerdo casi nada de los demás, aunque tengo la sensación de que había un cierto hilo conductor en cada una de las historias y que al final se descubría que ese Holmes del futuro se había estado enfrentando, todo aquel tiempo, a una mente maestra criminal que había permanecido en las sombras en cada relato y que resultaba ser, por supuesto, uno de los personajes secundarios aparecidos previamente. Creo que un inspector de policía, aunque a estas alturas no estoy demasiado seguro.

   Hacia 1984, más o menos, se me ocurrió una nueva idea para una historia de Holmes, pero ahora directamente de Sherlock, sin misteriosos descendientes de por medio o «contubernios» para conquistar el mundo desde el Valle de los Caídos. Le di el título de “La aventura del asesino fingido” pero no me atreví a escribirla usando la voz de Watson. Había pasado buena parte de mi adolescencia imitando las voces de otros autores (Asimov, Clarke, Alan Dean Foster —aunque entonces no lo sabía— en Star Wars, Tolkien, García Márquez...) y sin embargo algo me hizo desistir de usar la voz del doctor Watson. Así que decidí seguir a Borges y, tal como él hizo en “El acercamiento a Almotásim” (donde escribe un comentario y realiza el análisis de una novela inexistente), me embarqué en el más tópico de los juegos metaliterarios: fingí haber recibido un folleto y el cuento que escribí adoptaba la forma de un resumen y posterior análisis del relato holmesiano que había llegado a mis manos.

   Pasó el tiempo, y un día, allá por 1989, decidí volver sobre aquella idea y escribirla con la voz de Watson. El resultado distó mucho de ser satisfactorio y el cuento acabó perdiéndose para siempre.

 

Visiones 1996 – “Desde la
tierra más allá del bosque”

 

   Entretanto, y supongo que influido por la moda de enfrentar a Holmes con figuras, reales o ficticias, del sigo XIX (el doctor Freud o el Fantasma de la ópera en las novelas de Nicholas Meyer, Jack el destripador en la película Asesinato por decreto) se me ocurrió que el detective de Baker Street bien podía unir sus fuerzas con el profesor Van Helsing y luchar contra el más famoso de los vampiros. De este modo nació “Desde la tierra más allá del bosque” y en ella utilicé no sólo la voz del doctor Watson, sino la de otro doctor, Jack Seward, uno de los personajes del Drácula de Stoker. Rematé la historia a principios de 1991, aunque no quedé satisfecho del todo con los resultados. Me pareció que había dado con una idea prometedora pero que no había sabido exprimirle todo el jugo: el relato funcionaba narrativamente y no resultaba fallido, pero siempre tuve la sensación de haberme quedado a mitad de camino de mis intenciones. Cuando, años más tarde, leí El año de Drácula, de Kim Newman, comprendí lo que había intentado hacer y no había tenido la capacidad suficiente de conseguir.

   Por cierto, y para quien se pueda preguntar a qué viene el título, qué es eso de una tierra más allá del bosque, recordar tan sólo que esa sería la traducción al castellano de Transilvania.

   Como he dicho, “Desde la tierra más allá del bosque” no me dejó del todo satisfecho, pero el resultado me gratificó lo bastante para intentar una nueva historia holmesiana. Así, un año más tarde, en 1992, escribí la tercera, y ahora ya definitiva, versión de “La aventura del asesino fingido” y creo que comprendí en ese momento lo fácil que me resultaba adoptar la voz del doctor Watson, casi tanto como si fuera la mía propia. El relato no pasaba de ser trivial, pero era una trivialidad compartida con muchas de las historias originales escritas por Doyle y me pareció que, tanto el tono como el desarrollo, no desentonaban con ellas.

   Así, un año más tarde, llegó el momento definitivo. Embarcado en la relectura del material holmesiano original me encontré con lo que Holmes le cuenta a Watson que estuvo haciendo entre 1891 y 1894, los tres años que median entre su aparente muerte en las cataratas de Reichenbach y su reaparición pública en el caso de la casa deshabitada. Holmes le dice a su cronista:

Me dediqué a viajar durante dos años por el Tibet y me entretuve visitando Lhasa y pasando unos días con el Gran Lama. (...) Después atravesé Persia, me detuve en la Meca y realicé una breve pero interesante visita al Califa de Jartum

Aquello me llamó la atención inmediatamente. ¿Holmes interesado por lo religioso? Aquello no encajaba con lo que sabía del personaje al que suponía, como poco, agnóstico y, desde luego, un racionalista casi fanático. ¿Qué interés podía tener Holmes en lo sobrenatural? Recordé de pronto que Conan Doyle se había vuelto hacia el espiritismo a raíz de la muerte de su hijo y me acordé también de que en aquella época, a finales del XIX, la secta ocultista llamada Amanecer Dorado tuvo su momento de esplendor.

 

La sabiduría de los muertos

 

   Religión, ocultismo... Aún estaba dándole vueltas a aquello y pensando en cómo podía involucrar a Holmes en un caso que girase alrededor del mundo ocultista cuando la trama completa de lo que se iba a convertir en La sabiduría de los muertos apareció frente a mí como salida de la nada. Difícilmente puedo explicarlo de otro modo: evidentemente algo se había estado cociendo en la parte de atrás de mi cabeza y cuando cristalizó, lo hizo en una historia casi completa en todos sus detalles. Ya sabía cuál podía ser el hilo conductor de la historia, por supuesto qué otro que el grimorio más famoso de la literatura fantástica, el infame Necronomicon Y además resolvería los tres casos inconclusos que Watson mencionaba en “El problema del puente de Thor”: el de Isadora Persano y el gusano desconocido para la ciencia, el de James Phillimore y su paraguas, y el del barco Alicia y su desaparición. No contento con eso haría que Conan Doyle fuese un personaje más de la novela e introduciría un elemento fantástico en la trama que sólo al final sería desvelado.

   Así, sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, sin ser consciente de que me enfrentase a reto alguno, con conocimientos del Londres victoriano que se limitaban a lo que había leído en las historias de Holmes y lo que podía haber visto en alguna película o serie de televisión, me lancé a escribir La sabiduría de los muertos.

   En una semana la había terminado.

   Fue una semana totalmente febril: la historia estaba en mi cabeza, llamándome una y otra vez con insistencia y exigiendo ser contada. Los pocos detalles aún oscuros que había en la trama se iban desvelando por sí solos a medida que avanzaba la historia. El tono de voz de Watson me resultó natural, casi inevitable, y los acontecimientos narrados en las historias originales parecían haber sido escritos ex profeso para que yo los usara en mi historia: incorporarlos a ella fue tan fácil que aún hoy me maravilla. Creo que nunca, ni antes ni después, las palabras han fluido con tal facilidad de mi mente al teclado.

   Tenía escrita una novela cuyo protagonista era Sherlock Holmes y que estaba narrada con la voz del doctor Watson. Y no sabía qué hacer con ella. De hecho, ni siquiera estaba muy seguro de que intentar publicar algo así fuera legal. No tenía la menor idea de cómo estaban las cosas respecto a los derechos de autor de Conan Doyle, o si el personaje podía ser marca registrada. Pocos meses más tarde, un comentario de Asimov en una antología de cuentos holmesianos me aclaró el asunto y, para mi alivio, supe que los derechos de Holmes estaban libres.

   La novela provocó una reacción entre los más allegados, aquellos que seguían regularmente mi obra, que no pudo por menos que sorprenderme. Demonios, pensaba, he escrito cosas mejores y, desde luego, he escrito cosas que me han supuesto un esfuerzo mucho mayor. No puede ser que algo que me ha llevado tan solo una semana de trabajo precedida de una llamarada de inspiración esté despertando tanto entusiasmo.

   Pero lo estaba haciendo.

 

La sonrisa del gato

 

   Presenté la novela (por consejo de mi amigo José Luis Rendueles) al premio Asturias, que convocaba la Fundación Dolores Medio. El tiempo fue pasando, conseguí publicar mi primera novela, La sonrisa del gato, y ya casi me había olvidado de todo el asunto cuando, una tarde de diciembre, alguien llamó por teléfono y me preguntó si yo era Rodolfo Martínez. Dije que sí, y el otro lado del hilo me comunicaron que estaba hablando con el presidente del jurado del premio Asturias y que mi novela La sabiduría de los muertos era la ganadora aquel año. Recuerdo perfectamente que por un instante creí que alguien me estaba tomando el pelo.

   No. A la tarde siguiente se hizo público el fallo del jurado, conmigo presente en la sala, y comprendí que aquello era real. Había ganado un premio con mi pequeño divertimento holmesiano e iban a publicar la novela. Recuerdo que el presidente del jurado me preguntó si había vivido en Londres. Confesé que no. Y me dijo que cómo me las había arreglado para que mis indicaciones geográficas en la novela fueran tan precisas.

   En realidad había sido muy sencillo: cuando mis personajes tenían que moverse a alguna parte, buscaba una historia de Conan Doyle en la que hubieran hecho un viaje al mismo lugar (por suerte tengo buena memoria y recuerdo con bastante claridad los pormenores de la mayoría de los relatos holmesianos) y copiaba el itinerario, si bien no la descripción del mismo, evidentemente. Cuando no tenía referencias me limitaba a ser impreciso. Con un truco tan sencillo conseguí ambientar la novela lo suficientemente bien para que alguien me preguntara si había vivido en Londres.

   Bien. Cobré mi dinero. Asistí a la presentación de la novela el Día del Libro del año 1996 y, poco a poco, me fui olvidando del asunto. No del todo, por supuesto, porque alrededor mío había personas que seguían insistiendo en que La sabiduría de los muertos era mi texto, quizá no más conseguido, de más calidad, pero sin duda sí el más asequible, el que más posibilidades tenía de interesar a un público amplio. Una de esas personas era Luis G. Prado, por aquel entonces editor del fanzine El fantasma (posteriormente Artifex), quien llegó a decirme que, si algún día se dedicaba profesionalmente a la edición, le gustaría reeditar mi novela holmesiana.

   Los años fueron pasando y, para mí, La sabiduría de los muertos estaba casi olvidada, sumergida en el pasado: había intentado su reedición varias veces —desafortunadamente la edición original apenas se distribuyó—, pero con poca fortuna, así que para entonces había tirado la toalla al respecto. Pero Luis se convirtió en editor profesional, lanzó a la calle su colección Bibliópolis Fantástica y me dijo que, si la cosa funcionaba y la colección encontraba su hueco en el mercado, quería reeditar mi novela holmesiana.

   Casi al mismo tiempo Rafael Marín me confesó que él mismo estaba escribiendo una novela con Sherlock Holmes como protagonista, usando una idea que me había comentado unos años atrás. Rafael remató su empeñó y consiguió lo que, sin la menor duda, es uno de los mejores pastiches holmesianos de todos los tiempos.

   Estos dos acontecimientos me estimularon para que, casi diez años después de haberla escrito, volviera sobre La sabiduría de los muertos. Al releerla comprendí que había conseguido, sin proponérmelo, algo muy difícil y que, seguramente, de haber intentado hacer de forma deliberada habría fracasado en el empeño: una novela en la que el ritmo no decaía en ningún momento y en el cada acontecimiento estaba encadenado con el anterior y el siguiente de un modo tan natural que casi parecía inevitable.

   Creo que fue entonces cuando entendí el entusiasmo que había despertado la novela. Especialmente aquella referencia a que tenía posibilidades de ser, de todas mis obras, la que alcanzase un público más amplio. De algún modo me las había apañado para dar con una historia interesante, asequible y con elementos que podían satisfacer a paladares muy distintos. Y, sin saber lo que estaba haciendo, me las había apañado para contarla sin que el ritmo narrativo se resintiera. Así, cuando Luis me anunció su deseo de reeditar la novela no pude evitar la idea de revisar el texto original. Con infinito cuidado de no entorpecer su ritmo, decidí que podía incluir ahora en ella elementos que, en su momento, no me atreví a incorporar, fundamentalmente porque por aquel entonces mi documentación sobre la época era demasiado fragmentaria. De este modo, Aleister Crowley hizo su entrada en escena, y lo que en principio había sido un inexistente tío de Howard Philips Lovecraft, se convirtió en su padre, una vez me hube asegurado de que su estancia en Inglaterra en 1895 no entraba en contradicción con lo que se sabía de su vida.

   Al mismo tiempo, no pude evitar responder afirmativamente a la propuesta que me hizo Rafael Marín de hacer que nuestras dos novelas holmesianas fueran consistentes entre sí. Él estaba por aquel entonces revisando la suya, con vistas a conseguir una longitud más adecuada para su publicación, y me hizo varias sugerencias que acepté encantado. De este modo, aunque ni Elemental, querido Chaplin (la novela de Rafael) es una continuación de La sabiduría de los muertos, ni mi novela una «precuela» de la suya, ambas comparten ciertos acontecimientos, pequeños indicios que, una vez leídas ambas historias, cobran sentido por completo.

   Aproveché también la oportunidad que Luis me ofrecía para convertir la publicación de La sabiduría de los muertos en Bibliópolis en la edición definitiva de mis trabajos holmesianos. En 1996, cuando fue publicada por primera vez, incluí, junto a la novela, el relato “La aventura del asesino fingido”. Decidí incorporar, y revisar, “Desde la tierra más allá del bosque” a esta nueva edición, además del inicio de un relato inconcluso que terminaría apareciendo en las notas finales del traductor.

   Y en realidad, no todo ha acabado, ni mucho menos. Volver sobre mis textos holmesianos para revisarlos y actualizarlos con destino a la edición de Bibliópolis, ha hecho que vuelva a sentirme tentado por la idea de escribir otra historia donde el genial y excéntrico detective de Baker Street sea uno de los personajes. No sé si lo haré o no, aunque en estos momentos, media docena de ideas parecen estar confabulándose dentro de mi cabeza para cristalizar en una historia holmesiana. El tiempo dirá si lo consiguen o no.”

   Después de esta auténtica confesión de un proceso lento y enriquecedor hasta llegar a dar versión definitiva a una novela (de paso, nos hemos enterado de algunas cosas que seguramente no sabíamos), poco más me queda por añadir. Martínez, que a poco que se conozca su obra demuestra ser un escritor intuitivo –casi impulsivo– y que no deja nunca de dar vueltas en su cabeza a cada idea que surge, se atreve y sabe utilizar como nadie a personajes clásicos embarcándolos en nuevas aventuras, y desde un punto de vista coherente con lo anteriormente escrito, con el llamado canon. Quizás pueda considerarse arriesgado, o un rasgo típico de aficionado metido a escritor, pero lo que cuenta son los resultados. Si el producto literario es magnífico y atractivo, como éste lo es, nunca deben ponerse límites a la creatividad.

   Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos es claramente, en mi opinión, una de las historias más redondas surgidas nunca de la pluma del autor, por todo lo dicho anteriormente, o a pesar de ello... Esta nueva versión, además, especialmente corregida y aumentada, representa un esfuerzo por ofrecer un trabajo de envergadura, y complacerá sobradamente a los seguidores del escritor con un exquisito juego metaliterario.

   Es muy posible que entre los futuros trabajos del autor volvamos a encontrar la figura delgada del famoso detective, protagonizando una nueva aventura sobrenatural. Sería muy de agradecer poder constatar de esta forma lo dicho anteriormente: que el reciclaje de ideas, la mezcla, el apoyo en conceptos y personajes extraídos directamente del acervo literario anterior o presente, es positivo si se utiliza positivamente, y con sentido. No se debe descartar cualquier idea por parecer inviable, me atrevería a decir...

El principio del fin principal

 

El sueño del Rey Rojo

 

   Con la salida al mercado de El sueño del Rey Rojo se abre otra etapa importante en la carrera literaria de Rodolfo Martínez. Si bien cualquiera de los otros títulos es importante de por sí, aquí estamos ante una novela inédita a la que el autor ha dedicado muchas horas antes de darle versión definitiva, y sobre la que confiesa sentirse más que satisfecho al considerarla uno de sus mejores escritos. Es de suponer que cualquier autor defenderá a capa y espada su última creación literaria, sobre todo, pero la minuciosidad con que Martínez desgrana cada uno de sus trabajos, y lo mucho que profundiza en el análisis de estos, hace pensar que su criterio no se debe únicamente a su condición de padre orgulloso de sus retoños.

   Curiosamente, una vez más, la gestación de esta nueva novela está marcada por el premio UPC –que tampoco ha ganado– en lo que parece ser un divertido mcguffin de la obra del asturiano. Pero mejor que él mismo dé todas las explicaciones...

    “Estamos en 1999. Me estoy preparando para una de mis ceremonias anuales: iniciar la redacción de una novela corta con destino al Premio UPC. Tengo algunas ideas en la cabeza, fruto de un intercambio de opiniones que por aquellos días estaba teniendo lugar en aefcf_cientec, la lista de correo que la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción mantiene para la discusión de los temas técnicos y científicos. Aquella conversación entre mis contertulios (en la que participé, sin embargo, como un mero espectador) hizo germinar en mi mente dos o tres ideas que parecían bastante prometedoras.

   Inicié el trabajo y casi enseguida me di cuenta de que estaba creando, una vez más, una historia cyberpunk. A estas alturas ya debería estar más que resignado y, sin embargo, aún seguía mascullando juramentos entre dientes cada vez que el destino me gastaba la misma broma

 

Bem 53 – “Un jinete solitario”

 

   Hace bastante tiempo, a principios de los noventa, había manifestado que el cyberpunk como fórmula literaria estaba muerta y que, si bien había dejado su poso en la rama principal de la ciencia ficción, poco tenía ya que aportar. Afirmaba además que, ni como lector ni como escritor, me interesaba demasiado. Sin embargo, cuando estaba escribiendo La sonrisa del gato, que con el tiempo habría de ser mi primera novela publicada, no tardé en comprobar, para mi pasmo, que estaba usando buena parte de los clichés e imágenes del cyberpunk. Cuando un año más tarde escribí “Un jinete solitario”, traté de no ver que otra vez estaba usando elementos cyberpunks en la historia y, encima, haciendo que fueran elementos importantes de la trama, y no puro decorado. Cuando presenté al UPC mi novela corta “Este relámpago, esta locura” ya era inútil negarlo: el grueso de mi ciencia ficción desde 1994 se componía de literatura claramente cyberpunk.

   Así pues, el destino parecía empeñado en hacerme tragar mis palabras y convertirme, a pesar de mí mismo, en el «autor español cyberpunk».

   Pero volvamos a 1999: estoy escribiendo lo que más tarde se convertirá en El sueño del Rey Rojo pero que ahora mismo es, todavía, “El sueño del Rey Rojo”: no una novela, sino una novela corta con destino al UPC de ese año. La novela gira alrededor de tres personajes que se enfrentan a la trama de un cuarto para apoderarse del mundo (o algo parecido) mientras un quinto planea algo desconocido entre bastidores. Me llevó tres meses de trabajo y, al terminarla, estaba convencido de haber logrado uno de mis mejores textos. Lo corregí, lo imprimí y lo envié al premio UPC.

   Y, como siempre ocurre, el jurado y yo no estuvimos de acuerdo. Esto, que puede parecer un mal chiste o un comentario arrogante, no lo es. De todas las veces que me he presentado al UPC, cuando más cerca he estado de ganar ha sido con narraciones de las que estoy satisfecho, es cierto, pero que no son lo mejor de mi producción en el terreno de la novela corta. De hecho, las veces que he enviado al UPC mis mejores novelas cortas (“Un agujero por donde se cuela la lluvia”, “Un jinete solitario” y “El sueño del Rey Rojo”) han pasado totalmente desapercibidas. Así, cuando mejor es una de mis novelas menos probabilidades tiene de llevarse el premio. Por el contrario, cuanto menos satisfactoria resulta para mí como trabajo literario, más se acerca al galardón.

   Poco después, hablando con Julián Díez de “El sueño del Rey Rojo” le dije que, aunque en esos momentos era una novela corta (y bastante corta, apenas rozaba las sesenta páginas) llevaba un tiempo pensando en ampliarla y convertirla en una verdadera novela. Julián se mostró interesado. Se la envié, y, al cabo de un tiempo, me respondió con comentarios bastante elogiosos sobre mi texto: me dijo que, sin duda, aún exigía mucho trabajo antes de poder considerarla terminada, pero que en teoría era un trabajo fácil: todo estaba en embrión en la versión corta y lo único que había que hacer era permitir que saliera a la luz. De hecho, Julián me comentó que aquella novelita, una vez alargada convenientemente, podía llegar a ser mi mejor trabajo de ciencia ficción en mucho tiempo. Me sugirió también que se la enviara a Alejo Cuervo, pues creía que el material podía interesarle.

   Así lo hice. Y pude comprobar que Julián no se había equivocado. Alejo enseguida vio que de lo que le había enviado podía surgir una buena novela y me dijo que, si yo estaba dispuesto a trabajar en ella, él estaría dispuesto a su vez a publicarla.

 

Tierra de nadie

 

   Así pasamos los siguientes cuatro años. No de forma ininterrumpida, por supuesto, tanto Alejo como yo teníamos otras preocupaciones y actividades (en mi caso, retomar y finalizar mi novela de fantasía contemporánea, Este incómodo ropaje, que había iniciado en 1997 y que había abandonado cuando me faltaba poco para llegar a la mitad de la historia; y rematar Bifrost, una continuación de Tierra de nadie: Jormungand que al mismo tiempo incorporaba algunas de mi mejores historias de Drímar), pero de un modo u otro, con diversas interrupciones y altos en el camino, Alejo y yo estuvimos implicados entre 1999 y 2003 en la conversión de “El sueño del Rey Rojo” en El sueño del Rey Rojo. Alejo sugería revisiones, posibles ampliaciones de la historia y el entorno. Yo las aceptaba o las discutía. Ocasionalmente una sugerencia de Alejo me arrastraba por un camino lateral y terminaba dando con ideas que ni él ni yo habíamos pensado.

   Creo que fue la primera vez que trabajé con lo que los americanos llaman «editor» y que en la jerga editorial española se conoce como «director literario» o algo parecido: una persona con la suficiente paciencia e interés por el texto como para sentarse junto al autor (aunque en este caso fuera un «sentarse» metafórico gracias al correo electrónico) y trabajar con él en obtener el mejor texto posible.

   Si El sueño del Rey Rojo se ha convertido en mi mejor novela de ciencia ficción, con una sensible diferencia de calidad respecto a las anteriores (y yo creo que sí que lo ha hecho) es, por supuesto, gracias al trabajo duro y a un empeño personal en que así fuera. Pero sería un ingrato si no reconociera que también Alejo ha tenido su parte de responsabilidad en el resultado final de la obra: sus sugerencias, nuestras discusiones, su empeño en no dar por terminado aún el texto, en someterlo a nuevas revisiones, su perspicacia a la hora de ver y hacerme ver dónde había contado demasiado y dónde demasiado poco, tienen mucho que ver con que esta sea mi mejor novela de ciencia ficción.

   Lo que ya es por completo responsabilidad mía es el hecho de que posiblemente sea una de mis obras más personales, más quizá de lo que lo fueron en su día “Un jinete solitario” o El abismo te devuelve la mirada. Hasta este momento siempre había considerado que esos dos textos eran los que más y mejor me representaban, donde me había «codificado» a mí mismo en mayor profundidad y detalle.

   Eso ya no es cierto. En El sueño del Rey Rojo hay, convenientemente disfrazado, deformado, a veces troceado, una parte muy importante de mi pasado, de mis culpas, mis errores y mis traiciones; de mis obsesiones, mis sueños, mis esperanzas, mis temores. En cierto modo (aunque supongo que esto sólo me interesa a mí) la novela es un intento de comprender mi propio pasado, aunque para ello haya tenido que deformarlo; un intento de dar con la verdad aunque para ello haya tenido que contar mentiras.

   Y, curiosamente para un autor al que se ha acusado varias veces de «no ser un estilista», toda la novela es un tour de force estilístico: a lo largo de sus doscientas páginas he intentado una y otra vez tentar los límites de la narración en primera persona, forzarlos, ver hasta dónde podía llegar, jugando con las personas, los tiempos, los interlocutores. Y, aunque suene inmodesto, pocas veces me he sentido tan satisfecho de los resultados. Creo que esta es mi novela mejor escrita, con bastante diferencia. Y al mismo tiempo creo (y sí, lo digo con orgullo, qué demonios) que es una novela en la que el lector no nota lo bien escrita que está: porque el propósito de su estilo no es ni deslumbrar ni epatar ni provocar comentarios admirativos, sino el de narrar, el de contar lo ocurrido de la forma más adecuada y fluida posible.

   Con lo que, una vez más, volvemos a lo personal. Porque El sueño del Rey Rojo refleja, casi a la perfección, mi concepción del estilo como herramienta, nunca como fin en sí mismo. Y como tal herramienta, creo que pocas veces la he usado con más precisión que en esta novela”.

   Con El sueño del Rey Rojo Martínez ha conseguido recuperar las excelencias de uno de sus mejores textos, “Un jinete solitario”, ofreciéndonos una magnífica aventura cyberpunk en la que los sentimientos y el calado vital de unos complejos personajes protagonistas resultan tan importantes –o más– que la interesante intriga de luchas de poder virtual. Como detalle a tener en cuenta, una vez más la Alicia de Carroll y su universo juegan un papel determinante en la obra del asturiano. Sorprendentemente, y por suerte, en la novela confluyen la cuidada maduración de ideas complejamente entretejidas con una redacción fluida y un ritmo que nos incita a leer sin descanso; cualidades que deberían pedírsele a cualquier novela con ciertas ambiciones y que con demasiada frecuencia no encontramos.

   Si el fin principal de Rodolfo Martínez es el de embarcarse en obras cada día más ambiciosas y de mayor calidad, uniendo a esta calidad una frecuencia de publicación netamente profesional, es posible que El sueño del Rey Rojo se pueda ver como el principio de ese fin. Él mismo lo deja bien claro al admitir que la figura del editor, o director literario, puede ser en el futuro una pieza fundamental en el desarrollo de obras con mayor potencial de cara a la profesionalización total y la presencia definitiva de la ciencia ficción (de sus autores, de sus editoriales...) en el panorama literario de este país; hecho que estamos viendo últimamente realizarse merced a multitud de esfuerzos.

   A la vez, como en otras ocasiones, Martínez demuestra ser un autor complejo, al que no intimida poner mucho de sí mismo en lo que escribe, logrando sus mejores momentos literarios cuanto más se implica emocionalmente en la narración. Pero esto ya son consideraciones dignas de mayor análisis que quizás debamos dejar para un momento posterior. Las abundantes líneas que el autor se ha dedicado a sí mismo y a su obra, motivo principal de este artículo, son un bocado sustancioso ideal como aperitivo para los platos fuertes: esas tres novelas que este año, el de Martínez, han servido para confirmar que el autor tiene mucho y brillante camino por delante.

Más baldosas amarillas...

 

Asimov ciencia ficción nº 6

 

   No quiero terminar este artículo sin aprovechar para comentar otros textos que aparecen este mismo año con la firma del asturiano; en recuerdo de su presencia constante en publicaciones del género y su abundante producción, siendo como es un autor de lo más prolífico y que toca casi todos los palos: tanto cuento como novela, tanto poesía como ensayo...

   Su relato “Atraviesa el desierto” (que ya había sido publicado como “Il traverse le désert” en la antología Utopiae 2002) aparece en el número seis de la rejuvenecida versión de la revista Asimov ciencia ficción, editada por Robel. En una publicación que pretende dar cabida a autores españoles con regularidad precisa, no podía faltar su nombre.

   “Todo fluye”, relato originalmente aparecido en fecha tan lejana como 1995 en el fanzine asturiano Parsifal, halla nueva edición en el primer número del reciente proyecto de la editorial Bibliópolis; esas Semillas de Tiempo 1 integradas en la colección Bibliópolis Bolsillo. El nombre de Rodolfo se halla entre un buen listado de autores de prestigio internacional.

 

Galaxies 33


 

   En el número de junio de la revista francesa Galaxies aparece el relato “La route” (“La carretera”). Este texto ha conocido dos publicaciones anteriores: en 1992, en el fanzine Parsifal; y en el primer número de la fenecida revista 2001. Como se puede comprobar, la producción de Martínez en la extensión corta tiene la suficiente entidad y calidad como para ser fácilmente reeditable en diversos formatos e idiomas.

   En el ambicioso libro editado por la Semana Negra de Gijón, Compañero Leonardo, donde coexisten tanto relatos como poemas, cómics, pinturas y montajes fotográficos firmados por varios autores, aporta el relato “El agradecimiento de una dama”, una historia corta centrada en Leonardo Da Vinci y su retratada más famosa, salpicada por grandes dosis de socarronería.

 

Compañero Leonardo

 

   Y en el próximo número de la veterana revista Gigamesh, aparecerá un concienzudo artículo titulado “La apuesta de Asimov por la libertad: un análisis de El fin de la eternidad”, cuyo título ya lo dice todo, y en el que podemos ver un ejemplo perfecto de la seriedad y minuciosidad con que el autor trata una rama tangencial de su obra como es el ensayo, y su colaboración habitual en las revistas que actualmente figuran entre las señeras del género fantástico en nuestro país.

   No me cabe duda de que Rodolfo Martínez se encuentra en su mejor momento literario, no sólo con el apoyo editorial y de público, sino también inmerso en un constante proceso creativo que augura interesantes novedades en un futuro no muy lejano. Esta explosión pública deberá continuar en años venideros, si no con tanta resonancia inmediata, sí con la consolidación de un trabajo regularmente expuesto en las librerías, y con la convicción de hallarnos ante uno de los nombres importantes del género, que incluso está empezando a traspasar nuestras fronteras.

   De momento, este es el año de Martínez, como queda demostrado. Y todavía no ha terminado...

Enlaces

Drímar – La página de Rodolfo Martínez

Bibliografía en Cyberdark.net

Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos en Bibliópolis

El sueño del Rey Rojo en Gigamesh

Información sobre el autor en Gigamesh

Foro de Cyberdark.net – Fantasía – Rodolfo Martínez – Donde se habla sobre su obra, “La sabiduría de los muertos”, la literatura de la época en la que se desarrolla,...

Foro de Cyberdark.net – Terror y Misterio – Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos – Comentarios sobre la novela, algún personaje “oscuro”...

Foro de Cyberdark.net – Ciencia ficción – El sueño del Rey Rojo – Comentarios sobre la novela y la forma que tiene Rodolfo Martínez de escribir una historia.

Foro de Cyberdark.net – Noticias noticiosas – Portada de El sueño del Rey Rojo – ¿Envolverías su portada en papel de periódico? ¿Eres un friki y estás orgulloso de tus lecturas? La discusión definitiva sobre el tema

Foro de Cyberdark.net – Ciencia ficción – Jormungand, Bifrost y Ragnarok – Hilo sobre esta trilogía, de la que sólo hemos podido leer la primera parte

 

©2004 Iván Olmedo para cYbErDaRk.NeT
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