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             La Máquina de la Eternidad, de Mark Clifton y Frank Riley 
            Ediciones B, colección Nova, 2003 
            16,30 Euros 
             
            Iván Olmedo tiene casi 30 años, mejor 
              o peor aprovechados, según se mire. Lee todo lo que puede 
              y, de hecho, conoce a un par de personas que envidian 
              secretamente su biblioteca. Según la definición de 
              su 
              escritor favorito, es un atón. Nació y vive en Asturias. 
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             por Iván Olmedo, marzo de 2003
                Si hace unos pocos meses la recién nacida Bibliópolis 
              Fantástica recuperó un clásico de los cincuenta como "Los ladrones 
              de cuerpos", inexplicablemente todavía inédito en su traducción 
              por estas latitudes, coincidiendo en el tiempo (ambas son ediciones 
              de noviembre de 2002) Nova recupera a su vez otro título norteamericano 
              clásico que también se hallaba perdido en el limbo desde hace medio 
              siglo. Y ni más ni menos que un Premio Hugo, el segundo de la Historia, 
              con lo cual se entiende todavía menos la postergación de su publicación 
              en nuestro país. Entre ese sentimiento generalizado que parece existir 
              de que se trata de "la peor novela ganadora de un Hugo" y la aseveración 
              de Barry Malzberg " reseñada en contraportada " de que es "... uno 
              de los doce libros más influyentes de la ciencia ficción", parece 
              que media un abismo, y más justo sería reconocer que se trata de 
              una novela fluida en cuanto a diálogos, con unos personajes más 
              que aceptables en su construcción, y su buen espacio reservado para 
              las teorías científicas que, en ocasiones, lastran un tanto el desarrollo 
              de la trama. Pero mejor hacer antes algunas aclaraciones.
             Las tres partes que forman la obra son, en realidad, dos relatos 
              anteriores a la novela ganadora del famoso premio y la novela misma. 
              Si bien se acredita en portada como autores a Clifton y Riley, existe 
              un tercer hombre: Alex Apostolides, coautor junto a Clifton de los 
              dos relatos más cortos y que aquí se cae de los títulos de crédito 
              más visibles, siendo solo nombrado en el interior. Parece claro, 
              por tanto, que el verdadero artífice de peso del conjunto de la 
              obra es Mark Clifton, mientras que los otros dos actúan como comparsas 
              en el trabajo aunque, desconociendo el grado de implicación de cada 
              uno de ellos, sería injusto restarles el mérito que pudiera corresponderles. 
              Y es que, aunque los tres relatos fueron escritos por separado, 
              se compenetran perfectamente de la primera a la última página, formando 
              una auténtica y compacta novela, en un crescendo desde la 
              historia menos elaborada hasta el verdadero meollo de su argumento, 
              ya pasado el centenar y pico de páginas. En "El loco Joey", breve 
              capítulo más sentimental y directo que los otros dos, conocemos 
              al Joe Carter niño, auténtico protagonista y conductor de la historia 
              global; aquí se nos descubren sus habilidades mentales. En "¡Escóndete! 
              ¡Escóndete! ¡Brujo!", Joe es ya un muchacho universitario y retraído 
              que toma contacto con los profesores Billings y Hoskins, comenzándose 
              la gestación del proyecto que dará lugar al nacimiento de Bossy. 
              En "Prefieren tener razón", por último, se entra ya directamente 
              a saco en una de las dos tramas fundamentales del libro: 
              la creación de una Inteligencia Artificial y sus consecuencias, 
              a la vez que se sigue desarrollando, y entrelazando con la anterior, 
              el tema de las habilidades telepáticas de Joe Carter. Carter puede 
              leer, e influenciar, las mentes de los otros seres humanos, y esa 
              condición de extraño lo mantiene apartado discretamente de 
              los aspectos más mundanos de la vida; prefiere mantenerse constantemente 
              en un segundo plano. Junto a dos investigadores obligados por el 
              autoritario Gobierno, primero, y la necesidad, después, a desarrollar 
              una máquina con inteligencia propia que pueda servir de ayuda a 
              la Humanidad, se embarca en tan profunda misión, que habrá de cambiar 
              los comportamientos sociales y el destino del Hombre... 
               No se mencionan fechas concretas que nos sitúen 
              en el desarrollo de la acción; como mucho, deduciendo el sentido 
              de alguna frase aislada, podemos pensar que estamos en la década 
              de 1970 o 1980, aunque es fácil pasarlo todo por alto y no darse 
              cuenta; los autores parecen escribir pensando en su propia época 
              (la de la caza de brujas, la de la agresividad política), lo que 
              no da una imagen positiva ni agradable de las instituciones  en 
              ninguno de los casos. Urden una historia a ratos compleja y a ratos 
              basada únicamente en las relaciones de los personajes entre sí, 
              siendo estos los momentos de lectura más digeribles. Es cierto que 
              las partes en que se exponen las diversas teorías socio-políticas 
              que Carter y los científicos barajan pueden resultar, más que áridas, 
              yo diría que sosas, pero forman el cuerpo central de lo que la novela 
              intenta aportar, y en este terreno, no me cabe duda de que la obra 
              sostiene gran parte de su interés, aun pareciendo, por lógica, mucho 
              más entretenidas las páginas en las que los personajes interactúan 
              y respiran entre discurso y discurso. La maldición de Frankenstein 
              hace una vez más acto de presencia en el ánimo del ser humano... 
              el Gobierno controla las corrientes de opinión pública, controla 
              las investigaciones científicas, controla al Hombre, casi siempre 
              predispuesto a dejarse controlar. La construcción de una máquina 
              capaz de pensar y actuar por sí misma crispa los nervios de la multitud, 
              llena de terror a cada persona que cree que esa cosa acabará por 
              desplazar al ser humano y, finalmente, acabará por controlarlo y 
              dominarlo. El pánico consigue que los adormilados ciudadanos reaccionen 
              como hacía tiempo no eran capaces, y se rebelen. La maldición 
              siempre acompaña los endiosados esfuerzos del científico. Por 
              otra parte, se hace hincapié en la cerrazón de la mente humana, 
              en su cualidad para aceptar sólo aquello que entra dentro de sus 
              prejuicios y ya está preparada para aceptar de antemano. En el asumido 
              orgullo que tanto nos caracteriza de creernos a nosotros mismos 
              mejores que el resto, en posesión de la verdad. A este respecto, 
              el pleno significado del título del tercer relato " la narración 
              de peso en la obra " se nos revela con claridad. Los autores se 
              dejan caer igualmente en la tentación de trazar paralelismos religiosos 
              evidentísimos que cazaremos al instante: el cristianismo es un tema 
              goloso y recurrente, tanto o más que el resto de temas sociales 
              y, en el fondo de todo, muy humanos, que se tocan en la novela y 
              le confieren una buscada profundidad. Parece haber también un tono 
              de autojustificación casi constante, pero alguna buena idea nos 
              asaltará de cuando en cuando entre líneas. Y hay que hablar del 
              estilo, por supuesto... 
               Evidentemente, se nota que esta novela ha sido 
              escrita en los años cincuenta. No solo por algunos detalles puntuales 
              que, por lógica, jamás hubieran usado escritores de un par de décadas 
              más acá, sino porque, llanamente, posee un regusto a antiguo 
              que los más curtidos lectores de ciencia ficción clásica sabrán 
              ver y apreciar. Entre aquellas primarias aventuras de anticipación, 
              (en las que podemos enmarcar este relato) casi siempre pensadas 
              para un público, el estadounidense, que se vería reflejado en personajes 
              y escenarios; hasta el estallido actual de ideas y diversificación 
              total del que gozamos desde hace unos buenos años, han pasado multitud 
              de cosas. El trasfondo de "La máquina de la eternidad" sigue siendo 
              igual de válido ahora: se habla de cerebros y sentimientos humanos. 
              Su estilo literario anclado en el tiempo es otro cantar. Pero no 
              es óbice para que podamos disfrutar de ella. En sus características 
              ya he reparado, largo y tendido. La última palabra la tiene cada 
              lector. Como siempre. 
              
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