por Francisco Javier Esteban, junio 2003

   Enoch Wallance es un personaje fuera de lo común. Nace en el año 1.840 en Wisconsin y participa como soldado en la Guerra de Secesión Americana, pero en la actualidad (los años 60 en la novela) todavía vive en una solitaria casa rural y aparenta tener unos saludables treinta años. Esta extraña circunstancia despierta el interés de la CIA, que comienza a vigilar todos sus movimientos.

   Wallance practica una vida solitaria y sencilla en una alejada región rural donde las nuevas tecnologías todavía no han llegado y sus escasos vecinos se ignoran mutuamente, lo que le ha permitido pasar desapercibido hasta el momento. Nunca se aleja demasiado de la granja y todas las compras las realiza por correos, lo que le lleva a una vida aparentemente solitaria en la que el único humano con el que habla y mantiene amistad es el cartero de la región. Pese a la vigilancia, los agentes de la CIA no parecen descubrir el secreto que esconde la casa de Wallance: una estación de transporte interestelar que sirve como punto intermedio para alcanzar otros planetas.

   Los constructores de la estación, una agrupación de civilizaciones extraterrestres ubicada en el centro de nuestra galaxia, consideran a la Tierra como un planeta atrasado y bárbaro, indigno de unirse a su alianza. El trabajo de Wallance, el único humano que conoce la existencia de los alienígenas, es el de controlar la maquinaria y cuidar de los viajeros antes de que vuelvan a partir hacia su destino. Es precisamente durante el tiempo en el que los viajeros deben permanecer en la estación cuando el protagonista habla con ellos, intercambia ideas y en bastantes casos logra entablar amistad. Esto le convierte en una persona abierta y cosmopolita, consciente de los problemas de la Tierra y preocupado por un destino tal vez demasiado cercano a una guerra nuclear que aniquilaría a la civilización humana. Pero la vida tranquila y sosegada del protagonista está a punto de cambiar y no únicamente a causa de la CIA o de los conflictos internacionales. Pronto nos damos cuenta que la alianza extraterrestre no es tan idílica como parecía en un principio y que entre las diferentes sociedades que la componen también existen disputas y rencillas...

   Nos encontramos ante una de las obras más conocidas de Clifford D. Simak, ganadora del premio Hugo (1.964). Simak, uno de los grandes escritores de la ciencia ficción de mediados del siglo XX, nos ofrece en esta novela una reflexión sobre el destino de los seres humanos, que el autor considera una especie demasiado obsesionada en solucionar sus problemas mediante la violencia. Reflexión muy comprensible en los años de guerra fría en los que se escribió la novela, pero que desgraciadamente en la actualidad todavía sigue muy vigente. Lo sorprendente del caso es que logra tratar el tema de una manera más positiva que negativa, sin caer en el pesimismo fácil.

   El libro utiliza una prosa sencilla y de gran carga poética en la que prima el desarrollo psicológico del protagonista sobre la acción. Simak logra un personaje redondo, lleno de dudas y contradicciones, que nos fascinará con sus reflexiones filosóficas surgidas de su privilegiada situación como encargado de la estación.

   Otro aspecto destacable de la novela es su tratamiento del mundo natural. De Simak se ha dicho que fue el introductor de la temática bucólica y pastoral, precursora de lo que hoy en día podríamos considerar el ecologismo. En Estación de Tránsito las descripciones de la flora y la fauna que rodea a la estación son de una gran belleza y sensibilidad, reivindicando una vida más respetuosa con el medio ambiente. Como conclusión, un libro muy recomendable tanto por lo ameno e interesante como por su profundidad de ideas. Si además añadimos que su extensión es muy adecuada, unas doscientas páginas muy bien aprovechadas en las que no sobra ni falta nada, podemos considerar que Estación de Tránsito es una buena adquisición.

@ 2003 Francisco Javier Esteban para cYbErDaRk.NeT
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