Este artículo ha sido leído
46904 veces
Por Luis G. Prado
[ Canción de Hielo y Fuego ] [ Adelanto
de Choque de Reyes ]
[ Maestro de los sentimientos ] [ El
triunfo de la variedad ]
[ Reseña: Juego de Tronos ] [ Reseña:
Muerte de la Luz ]
A pesar del prometedor comienzo de George R. R. Martin en el
género fantástico con novelas como Muerte de la luz o Sueño del Fevre,
su carrera literaria conoció un eclipse tras el fracaso (comercial, que no artístico)
de Armageddon Rag, un ajuste de cuentas con los años sesenta (vistos desde los
ochenta) a ritmo de rock 'n' roll. Reciclado en guionista de cine y series de televisión
y en coordinador de las antologías colectivas Wild Cards (un universo compartido
de superhéroes con tratamiento de ciencia-ficción), Martin parecía perdido para la
literatura fantástica, demasiado ocupado con los buenos negocios como para molestarse
en intentar seducir de nuevo a un mercado que había rechazado sus obras más refinadas.
Pero los primeros volúmenes de la Canción de Hielo y Fuego cambiaron todo eso.
En 1996 apareció el monumental Juego de tronos;
en 1999, el aún más grueso Choque de reyes; en 2000, Tormenta
de espadas, tan largo
que en la edición de bolsillo fue dividido en dos tomos. El primer título fue
publicado hace un año por Gigamesh, que anuncia el segundo
para próximas
fechas y que tiene toda la intención de publicar el resto de la serie según
vaya apareciendo (aún deben añadirse
tres libros más). En ella, Martin vuelve al género fantástico para vengarse:
por un lado, supone la cima creativa de un autor cuya valía nunca fue puesta
en duda; por otro, ha atraído por fin a ese público masivo que hasta ahora se
mostraba esquivo a concederle sus favores. Libro a libro, la Canción de Hielo
y Fuego ha ido reuniendo en torno a sí
una enorme cantidad de seguidores que se beben, literalmente, cada nueva
entrega, y que amenizan la espera de las siguientes releyendo las anteriores,
debatiendo en foros de
Internet los más oscuros acontecimientos de la serie e interpretando las pistas
más
vagas con las que Martin ha ido sembrando sus tramas. La Canción de Hielo y
Fuego amenaza incluso, a decir de sus más fervientes admiradores, con desbancar
al
Señor de los Anillos de su puesto consolidado de mejor obra fantástica
de todos los tiempos (lo que constituye una evidente exageración, pero indica
los extremos de entusiasmo a los que lleva esta obra). Todo un éxito, pues,
de crítica y ventas,
conseguido tras décadas en el oficio.
Y, sin embargo, aparentemente la Canción de Hielo y Fuego no
se diferencia demasiado de otras sagas dragoneras interminables: con el mismo escenario
pseudomedieval y mágico, la misma trama enrevesada con personajes que acampan y
desacampan, y el mismo conflicto cosmológico de fondo maniqueo entre la luz y las
tinieblas. Todo esto es cierto, y sin embargo, quien lo afirme evidentemente no ha
leído la serie.
|
|
|
|
La trama se inicia en tierras de los Stark, antiguos reyes
sometidos pacíficamente desde hace siglos a los monarcas que han unificado los siete
reinos que ocupan la isla de Westeros. Tras ejecutar personalmente a un criminal,
Eddard Stark, un hombre de honor, encuentra unos cachorros de una especie gigante de
lobo y entrega uno a cada uno de sus hijos, incluyendo al bastardo John Nieve. La
tierra vive en paz bajo el rey Robert Baratheon, conocido como el Usurpador, que dos
décadas antes lideró una exitosa coalición para destronar al último de los Targayrens
en la que Eddard participó (dos hijos del rey derrocado sobreviven en el exilio).
Ahora Robert desea que Eddard se convierta en la nueva Mano del Rey, su lugarteniente,
y que abandone sus territorios en el norte por las intrigas de la corte en Desembarco
del Rey, la capital. Pero demasiadas cosas separan a los Stark y su sentido de la vida
del de las otras casas poderosas, empezando por la religión: los Stark aún adoran a los
árboles dejados por un pueblo anterior, en lugar de postrarse ante los Siete que
constituyen las deidades oficiales. Específicamente, son el contrapunto de los
Lannister, rubios y ricos terratenientes que cuentan entre sus filas con Jaime el
Matarreyes, ejecutor del último Targayren, y con Cersei, la actual esposa de Robert.
La muerte en extrañas circunstancias de la anterior Mano del Rey, casado con la hermana
de la esposa de Eddard, pone a éste tras la pista de una amplia conspiración. Antes
de que el primer volumen termine, la paz que reinaba sobre Westeros ha concluido, y una
nueva guerra civil, más larga, más cruel y de final más incierto que la anterior,
estalla entre las casas que aspiran al poder. En su curso, mucho de lo que creíamos
saber sobre el pasado de los personajes, sobre las luchas dinásticas y sobre la
auténtica historia del derrocamiento de la vieja dinastía resulta ser falso, y según
se suceden las alianzas, las victorias y las derrotas, el punto de equilibrio que
pondría fin al conflicto parace estar cada vez más lejos de ser alcanzado. Pero no
sería prudente contar más y estropear las sorpresas...
El mundo que Martin despliega ante nuestros ojos hunde sus
raíces en referencias históricas: esa gran isla, Westeros, que no es sino una imagen
especular de Gran Bretaña, y cuyas principales familias, los Stark y los Lannister,
remedan a los York y los Lancaster de la Guerra de las Rosas; el pasado hundido de
Valyria, medio Roma, medio Atlántida; los antepasados que hacen las veces de celtas y
sajones; las ciudades-estado del continente, los jinetes de las estepas, los guerreros
del mar de las Islas de Hierro... El primer gran valor de la saga de Martin es el placer
de reconocer las referencias, pero éstas son sólo el punto de partida. Pronto
descubrimos otra interesante diferencia: que, al contrario que en las series que siguen
la estela de la obra de Tolkien, en la Canción de Hielo y Fuego la magia, lo
sobrenatural y lo monstruoso no están desapareciendo, sino que están regresando,
tras un largo hiato llamado verano y acompañando a la llegada del temido invierno que
resuena en el lema de los Stark.
Por otra parte, Martin introduce una agradable ambigüedad
moral. Sí, es cierto que al comienzo de la partida hay personajes más y menos
agradables, y motivos más y menos nobles para actuar. Pero a lo largo de la serie
veremos que rara vez los mejores personajes llegan a convertirse en héroes, que los más
perversos pueden causarnos tanta o más simpatía, y que ni la astucia, ni la nobleza, ni
los ejércitos, ni la magia son suficientes para asegurar que un jugador del juego de
tronos no será barrido del tablero a las primeras de cambio.
|
|
|
|
La gran herramienta con la que Martin opera estos cambios de
rumbo, y la base de la capacidad de entretenimiento y sorpresa de la Canción de Hielo y
Fuego, es la elección de unos puntos de vista concretos para cada personaje. Así, en
cada volumen tenemos un grupo de personajes cuyas peripecias seguiremos a través de un
narrador en tercera persona pero como colocado sobre el hombro de cada uno, sin atisbos
de omnisciencia. Cada capítulo, presidido por el nombre del personaje al que sigue, nos
da y nos quita al mismo tiempo: tenemos más información sobre lo que va pasando, pero
quedamos ciegos temporalmente ante las otras tramas (aunque nunca se sabe lo que un
personaje puede aprender que sería útil a otro). Al contrario que en los
best sellers al uso, este cambio constante de punto de vista, que siempre hace
que lamentemos cuando acaba uno, para vernos absorbidos rápidamente por el siguiente, no
provoca una multiplicación de las páginas al reiterar acontecimientos, sino que progresa
a lo largo del tiempo, de forma que algunos de los grandes sucesos de la serie se
presencian de refilón (como la ejecución de cierto protagonista al final de
Juego de tronos), o directamente se refieren de forma elíptica (como algunas de
los combates en Choque de reyes, aunque no la espléndida batalla final). Los
puntos de vista, pues, dan muchísimo juego: los seguidores de la serie ya se relamen de
gusto ante la confirmación, por parte de Martin, de que uno de los nuevos personajes con
narrador propio del cuarto volumen, Festín de cuervos, será Cersei, una de los
principales villanos de la historia.
Amplia, ambiciosa, bien narrada y absolutamente adictiva, el
único pero que se le puede poner a la Canción de Hilo y Fuego a día de hoy es su
condición de obra sin terminar. Comenzada hace seis años, no está previsto que Martin
la termine hasta dentro de otros cuatro o cinco. El autor, además, se enfrenta al
desafío de competir no sólo consigo mismo, haciendo la trama cada vez más interesante,
sino con las expectativas de los lectores, que habiendo leído las tres primeras
entregas de una serie en curso han previsto, o eso parece, cada posible desarrollo y
cada desenlace de cada trama en los tres volúmenes siguientes (existe en Internet un
abundante corpus de interpretaciones y conclusiones apócrifas, y alguna debe de haber
dado en el clavo: no es nada recomendable, pues, que lo lean quienes deseen mantener
intacta la capacidad de asombro).
No obstante, a los que estamos rendidos ante la pericia de
Martin esto no nos importa demasiado. Sólo deseamos una cosa: que salga pronto el
siguiente volumen.
|