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Por Joan Escudé González
Este estudio expone el recorrido por la historia del relato
breve de terror hasta su época de máximo esplendor, es decir, el final del siglo XIX y
principios del siglo XX. Generalmente se ha organizado según los géneros o influencias
predominantes. Pero, en alguna ocasión, la historia se detiene en un autor especialmente
significativo debido a su importancia.
Los orígenes del género
Tal y como bien ilustra la conocida frase de H. P. Lovecraft,
«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y
más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido», y como es lógico esperar de un
género tan estrechamente relacionado con las emociones primitivas, el cuento de horror
es tan viejo como el pensamiento y el lenguaje humanos. Efectivamente, el terror aparece
como un ingrediente del folklore más antiguo de todas las razas, y cristaliza en las
narraciones orales y en las canciones, crónicas y textos sagrados más arcaicos. En
efecto, constituyó una característica destacada de la magia ceremonial prehistórica y
se desarrolló ampliamente en todas las cultura antiguas, desde la egipcia hasta la
celta, cuyas antiguas leyendas eran un medio para intentar encontrar una explicación
ante las leyes físicas de un mundo que les resultaba hostil y espantoso. Eran el espejo
de las pesadillas, historias surgidas del inconsciente, de los impulsos de destrucción y
deseo que se encuentran ocultos en nuestra más profunda y escondida consciencia
interior. El germen del terror se encuentra no más allá de la misma naturaleza humana,
ese es el motivo de las intensas emociones que lo producen y que él mismo hace nacer.
Pero a pesar de estos antecedentes, más o menos remotos, el
relato de terror tuvo sus verdaderas referencias en la literatura fantástica que
irrumpió con fuerza en el panorama del romanticismo de finales del siglo XVIII y durante
el siglo XIX, tiempo en que los autores clásicos del género rescataron el cuento de
terror de la leyenda y el cuento popular. En estos relatos modernos, los eventos
sobrenaturales, a diferencia de las leyendas tradicionales, no ocurren en lugares
exóticos o ignotos, sino que suceden aquí y ahora, en el entorno cotidiano. Aún así, no
deja de llamar la atención el hecho, aparentemente contradictorio, de que justamente en
uno de los períodos históricos más racionalistas, en que la ciencia comienza a dar
explicación a algunos de los misterios de la humanidad y el hombre deja de creer en
mitos y supersticiones que desde siempre alimentaron su alma de terror, el fantasma
comience a poblar una parte no despreciable de la literatura. No es, naturalmente, una
obsesión nueva en el hombre, ni tampoco aparece por vez primera en la historia de la
literatura, sin embargo, en pocas ocasiones ha despertado tanto interés como en el siglo
XIX, y nunca se había erigido, como entonces, en personaje fundamental de un tipo de
literatura que, con los años, iría creando sus propias pautas hasta adquirir la
categoría de género literario.
Pero ya desde su nacimiento, la literatura fantástica no presenta
las mismas características en los diferentes países en que se cultivó. Rafael Llopis, en
su Historia natural de los cuentos de miedo(1), distingue
entre la tradición anglosajona y la germánica, denominadas respectivamente de raíz negra
y blanca, según la tendencia se encamine hacia el gusto por lo macabro y truculento o
hacia lo maravilloso y poético.
El desarrollo del género en el continente
En este apartado se explica el recorrido histórico de la
literatura en el continente europeo, es decir, se describe la llamada tradición blanca.
Esta corriente se instauró mayormente en Alemania, más respetuosa con los muertos, y que
siguió su tradición de cuentos poéticos y legendarios de ambiente brumoso y melancólico,
basándose en su folklore y su cultura oral, que permanecían vivos en la mente del pueblo
y que los escritores románticos recuperaron en la literatura. También se hace especial
hincapié en el autor más significativo del período y la corriente, el alemán
Hoffmann.
La tradición blanca
Los relatos fantásticos alemanes suelen evocar ambientes
maravillosos mezclados con elementos de la vida diaria. Ludwin Tieck (1773-1853) y
Adelbert von Chamisso (1781-1838) fueron dos de los representantes más característicos
de esta tendencia. La maravillosa historia de Peter Schlemihl, novela escrita por
Chamisso el 1814, es considerada por algunos como la mejor novela fantástica jamás
escrita. En ella conviven elementos de cuentos y leyendas tradicionales junto con otros
de la realidad cotidiana, pero el libro se recuerda sobre todo por la sugerente
historia del hombre que perdió su sombra.
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann
La figura más importante de cuento fantástico alemán, la que
marcaría una fuerte impronta y trascendería las fronteras de su país, dejando muchos
seguidores en la literatura europea de la primera mitad del siglo XIX, fue E. T. A.
Hoffmann (1776-1822), cuya obra más propiamente fantástica es Las minas de Falún,
relato ambientado en la revolución industrial que consigue provocar el efecto fantástico
y ejemplifica lo que será el relato fantástico moderno, en el que encontramos indicios
de la tecnología moderna, no como explicación del fenómeno irracional, sino como parte
de un decorado racional.
Italo Calvino, en su antología (2) ,
observó y analizó el particular modo de ver la realidad de Hoffmann, que él denominó lo
fantástico visionario, una de las tendencias dominantes de este género en el siglo XIX.
En los primeros decenios de ese siglo, particularmente, abunda este tipo de relato donde
un elemento visual extraño es motivo desencadenante del conflicto. En todos los casos,
nos hallamos ante algo cuya apariencia ambigua esconde un poder maligno capaz de
trastornar totalmente la mente del protagonista, llegando, en algunos casos, a
producirle la muerte. Otra de las grandes aportaciones de Hoffmann a la literatura
fantástica es la del recurso del doble, que consiste en la presencia de un personaje
que, poco a poco, va apropiándose de la identidad de otro personaje o bien en el
desdoblamiento físico de un ser humano.
El desarrollo del género en las islas británicas
Gran Bretaña, con su novela gótica, fue la pionera
de la novela negra de terror. A lo largo del siglo XVII, y hasta bien entrado el XVIII,
aparece un número cada vez mayor de fugaces leyendas y baladas de carácter tenebroso
que, no obstante, se conservan bajo el aspecto de literatura aceptada y cortés. Se
multiplican las coplas de tema horroroso y espectral, y se observa un gran interés del
pueblo por sencillas obras de autores como Daniel Defoe. Pero las clases superiores de
la sociedad fueron perdiendo la fe en lo sobrenatural, lo que dio paso a una etapa de
racionalismo clásico. Luego, empezando con las traducciones de relatos orientales, y
adquiriendo forma definitiva hacia mediados de siglo, acontece el despertar del
sentimiento romántico, la era de un goce nuevo de la naturaleza, así como del esplendor
de los tiempos pasados, de los escenarios extraños, las acciones valerosas y de las
maravillas increíbles. Finalmente, tras la tímida aparición de unas cuantas escenas
espectrales en novelas de la época, el instinto de liberación dio origen a una nueva
escuela narrativa: la escuela «gótica» de la narración fantástica y de horror, y su
evolución en relato corto, la denominada generalmente ghost story, es decir,
historia de fantasmas.
La novela gótica
La tendencia más destacada del relato fantástico surgida en la
Gran Bretaña debe su nombre a la presencia casi obligada del castillo medieval,
verdadero protagonista de este tipo de literatura, y a su compleja arquitectura repleta
de pasadizos secretos, puertas falsas y un sinfín de habitaciones. Esta estructura
laberíntica se presta a crear ambientes inquietantes de sombras, ruidos extraños y
cadáveres a discreción. De hecho, el castillo se perfila en todas estas narraciones como
núcleo del suspense y del espanto demoníaco. El esquema general incluye, además, a un
noble malvado y tirano que desempeñaba el papel de villano; a la inocente y virtuosa
doncella, largamente perseguida, que sufre los mayores terrores y sirve de punto de
vista y centro de las simpatías del lector; al héroe valeroso e inmaculado, de alta cuna
pero vestido a menudo con humilde disfraz; y también el convencionalismo de rimbombantes
nombres extranjeros para los personajes, y una serie interminable de elementos
escenográficos, tales como luces extrañas, trampas húmedas, lámparas apagadas,
manuscritos ocultos y mohosos, goznes chirriantes, tapices que se estremecen y demás.
Todo este aparato aparece una y otra vez con divertida invariabilidad, a veces con
tremendo efecto, a lo largo de la historia de la novela gótica; y no ha desaparecido
hoy, ni mucho menos, aunque una técnica más sutil le confiere una forma menos ingenua y
evidente.
La primera novela gótica donde aparecen todos los elementos que
constituyen la esencia del género es El castillo de Otranto (1764), de Horace
Walpole (1717-1798). La historia tiene un estilo animado y prosaico cuya vivacidad
impide la creación de una atmósfera auténticamente espectral en ningún momento. Nos
habla de Manfredo, príncipe usurpador y sin escrúpulos, decidido a fundar una dinastía,
el cual, tras la muerte súbita y misteriosa de su único hijo, intenta casarse con la
dama destinada al malogrado hijo, Isabel, que huye ante los designios de Manfredo, y
encuentra en las criptas subterráneas del castillo a un noble y joven protector,
Teodoro, con aspecto de campesino, aunque tiene un sorprendente parecido con el antiguo
señor que gobernaba el dominio antes de la época de Manfredo. Poco después, el castillo
se ve asediado por fenómenos sobrenaturales de diverso carácter: aquí y allá aparecen
fragmentos de una armadura gigantesca, un retrato se sale del cuadro y camina, un trueno
destruye el edificio, y un espectro colosal y armado surge de las ruinas del castillo.
Finalmente se descubre que Teodoro es hijo del anterior señor del castillo y legítimo
heredero de las posesiones.
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La historia creada por Walpole, del que vemos un retrato en la
ilustración, se considera acartonada, y completamente desprovista del horror que
caracteriza a la literatura preternatural. Pero era tal la apetencia que la época sentía
por estas pinceladas de extrañeza, y por la espectral antigüedad reflejada en ellas,
que la obra fue acogida con toda seriedad por los lectores más sesudos, y puesta en un
encumbrado pedestal dentro de la historia literaria. Lo que hizo por encima de todo lo
demás fue crear un tipo de escenario, de personajes y de incidentes enteramente nuevos,
los cuales, manejados con habilidad por manos más diestras darían lugar a grandes
novelas de la escuela gótica.
Una de las autoras más importantes del género fue Anne
Radcliffe (1746-1823), cuyas famosas novelas hicieron del terror y el suspense una moda,
e instauraron nuevas pautas en lo que atañe a la atmósfera aterradora y macabra. La
autora inglesa escribió alrededor de seis novelas, de la que destaca
Los misterios de Udolpho (1794). Puede considerarse a esta novela prototipo de la
novela gótica del primer período. Sin embargo, las obras consideradas culminantes de
este género son: El monje y Melmoth el errabundo.
El monje (1795) de Matthew Gregory Lewis (1775-1818),
autor educado en Alemania, saturado de delirantes tradiciones teutonas desconocidas por
sus predecesores y del que podemos ver un retrato, dio al terror formas más violentas
de lo que nadie se habría atrevido a pensar; y el resultado fue una obra maestra de
viva pesadilla cuyo carácter gótico esta sazonado con cantidades adicionales de
elementos macabros.
La historia trata de un monje español, Ambrosio, a quien hace
caer desde su estado de orgullosa virtud al fondo mismo del mal un demonio que adopta
la forma de la joven Matilde, el cual, cuando finalmente el desdichado espera la muerte
a manos de la Inquisición, le induce a comprar su huida al Demonio, quien pone como
precio su alma, porque, le dice que tanto el cuerpo como el alma los tiene perdidos.
Seguidamente, el Demonio lo lleva a un paraje solitario, le dice que ha vendido su alma
en vano, ya que estaba a punto de concedérsele el perdón y una posibilidad de salvarse
en el momento de su horrenda transacción, y consuma la sarcástica traición reprochándole
sus crímenes enormes, y arrojándole al precipicio, con lo que hunde su alma en la
perdición eterna. La novela contiene descripciones sobrecogedoras, como los conjuros en
la cripta bajo el cementerio del convento, la quema del convento y el fin último del
desdichado abad. Sin embargo, El monje es una novela que resulta demasiado larga
y difusa, y pierde fuerza a causa de su ligereza, así como por la exagerada reacción
contra aquellos cánones del decoro que Lewis despreciaba al principio por considerarlos
mojigatos.
Las novelas góticas empezaron a aparecer ahora, tanto en
Inglaterra como en Alemania, en profusión multitudinaria y mediocre, pero la mayoría
eran simplemente ridículas a la luz del gusto maduro. La escuela de lo gótico se estaba
agotando; sin embargo, antes de su desaparición surgió su última y más grande figura en
la persona de Charles Robert Maturin (1782-1824) que concibió finalmente la obra maestra
del horror, Melmoth el errabundo (1820), en la que la novela gótica alcanza
unas alturas de pavor espiritual como jamás había conocido.
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Melmoth es la historia de un caballero irlandés que, en el
siglo XVII, consigue prolongar la vida por mediación del Diablo, a cambio de su alma.
Si logra persuadir a otro de que le libere de esta transacción y asuma su estado, se
salvará; pero no consigue llevar a efecto este intercambio, por muy insistentemente que
acosa a aquellos a los que la desesperación vuelve imprudentes y frenéticos. La
estructura del relato es muy torpe y exageradamente larga, pero en diversos momentos de
la novela se siente el pulso de una fuerza inexistente en las obras anteriores de este
género, una afinidad con la verdad esencial de la naturaleza humana, una comprensión de
las fuentes más hondas del auténtico miedo y una abrasadora pasión de simpatía por parte
del escritor. Realmente, el estilo de Maturin, al que vemos en la ilustración, merece
un elogio especial, pues su forma directa y su vitalidad se elevan por encima de las
pomposas artificiosidades de que pecan sus predecesores.
La novela gótica cumple finalmente con su ciclo, el que comenzó
como una rebelión ante la Edad de la Razón y finaliza con la incorporación de la razón
como determinante del terror.
La ghost story
De la novela gótica, y en plena época victoriana, derivan los
populares relatos de fantasmas o ghost stories que proporcionarían placenteras y
aterradoras veladas a los lectores hasta el primer cuarto del siglo XX. Brevedad,
humorismo y realismo son sus principales características. Brevedad, porque era mucho más
sencillo mantener el suspense durante unas pocas páginas que pretender prolongarlo en
obras extensas; el lector, además, quería un poco de emoción condensada. Humorismo,
porque era la fórmula más idónea para que el lector inglés aceptara los elementos
fantásticos e increíbles que la historia le proponía; de ese modo, si los personajes
mantenían una actitud escéptica o irónica ante acontecimientos extraños, el lector se
identificaba con aquéllos y, en el desenlace final, unos y otros no tenían más remedio
que rendirse ante la evidencia. Finalmente, realismo como reacción a los ambientes
góticos del romanticismo. Ahora los relatos se desarrollan en un escenario cotidiano
donde personajes normales y corrientes viven sus días de forma rutinaria, recurso
utilizado para desarmar al lector cuando el terror aceche, ya que, por el trasfondo
realista, puede identificarse plenamente con la historia y sus protagonistas.
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La historia de Willie el vagabundo (1824) y
La cámara de los tapices (1829), del novelista escocés Sir Walter Scott
(1771-1832), en la ilustración, son las primeras obras maestras de este género. Pero,
diez años más tarde aparecen los relatos de Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873), que
crean un terror misterioso superior al logrado por cualquier otro. Este autor fue el
verdadero impulsor del relato de fantasmas y el primero en recurrir, de modo efectivo,
a teorías filosóficas para hacer verosímiles sus relatos. El público victoriano no se
contentaba con las argumentaciones pseudofilosóficas extraídas de creencias populares
con que los románticos fundamentaban sus obras, sino que exigía mayor rigor y coherencia
lógica para racionalizar lo sobrenatural y poder creer, durante unos instantes,
en ello.
Los relatos de fantasmas alcanzan su madurez, sin embargo, con
M. R. James (1862-1936), que se dedicó a escribir este tipo de literatura para amenizar
las veladas navideñas de sus compañeros del aristocrático colegio de Eton, del que era
director, y para distraerse de sus aburridas tareas profesionales. Sus relatos tienen el
ambiente erudito y acogedor de Cambridge; sus personajes viven rodeados de libros y
antigüedades y sus preocupaciones giran en torno al saber y la investigación. En sus
cuentos no falta un fino sentido del humor que suele practicar con juegos de palabras y
equívocos producidos por diferencias de acento característico de los distintos condados
y clases sociales inglesas. La aparición del fantasma suele ir precedida de una serie
de preparativos que van enrareciendo el clima de placentero bienestar que el
protagonista disfrutaba. Premoniciones, avisos y sospechas asaltan a los personajes,
que ve incluso cómo el espacio y cuanto le rodea, descrito con minuciosidad y realismo
al principio, se vuelve activo y malicioso. En muchos cuentos además, para dar mayor
verosimilitud a sus relatos y complacer así a su descreída y docta audiencia, James
recurría a citas, referencias, libros y documentos que servían de apoyo a las teorías
expuestas y, de paso, ofrecía una imagen irónica y a veces autoburlesca.
Después de M. R. James, los relatos de fantasmas inician su
decadencia y, al igual que sucedió con la novela gótica, surge una nueva tendencia de la
mano de Arthur Machen y Algernon Blackwood, quienes ofrecen al público terrores acordes
con los nuevos tiempos. Y es que la crisis del racionalismo y las convulsiones políticas
y sociales de principios de siglo, por un lado, y el aumento del número de los adelantos
científicos, por otro, contribuyen a crear un sentimiento de inseguridad y de cambio de
los valores tradicionales; el fantasma, pues, deja de provocar miedo y el cuento
fantástico retrocede a épocas primitivas para buscar los terrores más antiguos de la
humanidad.
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Notas
(1) Historia natural de los cuentos de
miedo, Editor Júcar, Madrid, 1974, página 45.
(2) Cuentos fantásticos del siglo XIX,
Editor Siruela, Madrid, 1987.
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