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Destinos truncados
de Boris y Arkadi Strugatski

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Destinos truncados,
de Boris y Arkadi Strugatski

Título original:
Jromaia Sud'ba
(1986)

Portada:
Juan Miguel Aguilera

Traducción:
Justo E. Vasco

Gigamesh, 2003

Boris Strugatski
en cyberdark.net

Arkadi Strugatski
en cyberdark.net

 

 

por Santiago Díez San José, febrero 2004

   Destinos truncados es una novela intrigante y densa, gestada a lo largo de varios años y de cierta complejidad estructural. Como se nos explica en el prólogo, redactado por el traductor del texto, Justo E. Vasco, consta de dos historias independientes denominadas relato interno y relato externo. El relato externo nos sumerge en la vida literaria de Moscú de la mano de Félix Sorokin, escritor y traductor de japonés (como el propio Arkadi Strugatski), cuya vida transcurre entre su casa y el club de escritores, lugar donde acaba cada vez que tiene intención de dirigirse a la calle Bánnaia. En esta calle le espera desde hace tiempo una máquina capaz de medir la calidad y el nivel de aceptación de cualquier escrito que se le presente. Todos los escritores pertenecientes al sindicato deben llevar algún trabajo, pero en el caso de Sorokin el camino hacia el Instituto de Investigaciones Lingüísticas se ve truncado constantemente por todo tipo de imprevistos y falsas excusas. Permanentemente agobiado por la idea de que algunas de sus obras sean juzgadas por una máquina, vamos descubriendo su bibliografía personal compuesta por todo tipo de relatos, obras de teatro, guiones para documentales y traducciones. Entre todos esos documentos hay uno que tiene especial importancia para el protagonista y al que siempre se menciona en mayúsculas: la Carpeta Azul. En su interior se guarda el relato interno, que se encuentra en los capítulos pares de nuestro libro, encabezados por el nombre de su protagonista: Bánev.

   Narrado en primera persona, el relato externo nos introduce, por estilo y temática, en la literatura rusa de la segunda mitad del siglo XX, con la sempiterna crítica a la burocracia soviética; ese monstruo anquilosado, centro neurálgico del sistema, con sus edificios ministeriales, verdaderos laberintos mentales y arquitectónicos llenos de pasillos por el que todo protagonista de una novela rusa se ha visto obligado a deambular. Siempre vacíos y mal iluminados pero llenos de puertas que nadie sabe lo que encierran, salvo la certeza de que dentro hallarán surrealistas funcionarios que jamás entran ni salen ni utilizan tales pasillos.

   Sin llegar al paroxismo de Josef K., el protagonista de El Proceso, Sorokin carga cada día con su Carpeta Azul a la búsqueda de Mijaíl Affanasievich. Este personaje es quien maneja la máquina pero es también el nombre propio de Bulgákov, autor de una de las cumbres de la literatura rusa, El Maestro y Margarita, con el que este libro se encuentra estrechamente ligado. Ambos tienen un alto contenido simbólico dividido en varias historias autónomas y un protagonista escritor que lleva una vida sin dirección en un mundo cambiante, donde nunca se pregunta ni explica lo que el lector está deseando saber.

   En capítulos alternos tenemos el relato interno, que es el que soporta los argumentos suficientes para que la novela pueda ser calificada como ciencia ficción. Esta segunda historia ya fue publicada originalmente en 1967 como un conjunto de relatos bajo el título de Los cisnes feos (título del octavo capítulo). El externo fue añadido e intercalado más tarde con éste, publicándose en 1989 con la llegada de la Perestroika.

   En él, como un espejo que se refleja en otro (recordemos que Sorokin bien podría ser el alter ego de Arkadi Strugatski, con quien comparte la profesión de escritor y traductor de japonés), encontramos a un protagonista también escritor, Víctor Bánev, que, tras muchos años de ausencia, ha vuelto a su ciudad natal. Pero ahora ambos han cambiado. Por un lado, aunque cuenta con más fuerzas que Sorokin, también tiene una lucha interior con su propio destino, contra lo que tiene y lo que no tiene que hacer y con la idea de denigrarse y convertirse en un funcionario más de la literatura. Por otro lado está la ciudad, que ahora se encuentra bastante cambiada debido a la reubicación de un sanatorio para leprosos y una lluvia constante que ha arruinado el carácter de sus habitantes. Los leprosos, a los que la gente llama despectivamente "mohosos" y a los que achacan todos los males de la ciudad, son los patitos de la fábula de Andersen que están sufriendo la metamorfosis que les convertirá en cisnes. Éste ha sido el momento elegido por Bánev para llegar a la ciudad, el momento en que toda clase de extraños acontecimientos amenaza con transformar el orden establecido de las cosas.

   Esta segunda historia enclava la novela en la tradición rusa de la ciencia ficción utópica, así como en la corriente de la literatura general de este país repleta de personajes de carácter humilde que traen nuevas ideas a quien todavía no tiene la capacidad para escucharlas; esos "emperadores de los pobres" que, en palabras de Darko Suvin, "buscaban una redención terrena situada en el futuro".

   Después de leer los comentarios anteriores resulta inevitable que surja el debate acerca de si estamos ante una obra de ciencia ficción. (Sobre todo por estos lares donde solemos estar tan ociosos). La novela no creo que se merezca tal debate, pero sería importante hablar de ello. A simple vista no parece que contenga muchos elementos de ficción, por no decir ninguno. Pero los hay, y en los dos relatos. Unas veces son sólo pinceladas presentes donde uno menos se lo espera, lo que causa un disfrute mucho mayor. En ocasiones incluso los autores se permiten bromear con el tema y engañan al lector con toda premeditación.

   Pero otras veces, especialmente en el relato interno, la ficción, aunque forma parte del relato, no está delante de nuestros ojos. No la percibimos a través del texto. En todo momento está flotando alrededor de la historia pero pocas veces conseguimos tener pruebas de que así es. Hay ficción, pero los autores no te la facilitan, la tienes que aportar tú en tu imaginación. Es otro de los atractivos del libro y, al fin y al cabo, como decía Arkadi Strugatski, no hay tal distinción de género; sólo existe la buena y la mala literatura. Por descontado que esta novela pertenece a la buena literatura.

   Con la elección de este título la colección Gigamesh sigue ganando en variedad y calidad. Aunque es una obra mucho menos conocida que los dos clásicos de los hermanos Strugatski, Qué difícil es ser Dios y Pícnic junto al camino, los estudiosos de su obra a menudo la citan como una de los más importantes y de mayor calidad literaria de su bibliografía. Además no me gustaría pasar por alto un detalle que dice mucho de la política de la editorial, especialmente cuando vemos, cada vez con más frecuencia, todo tipo de trabajos publicados y traducidos de manera pésima. Algo fundamental que tendría que haber sido la norma por fin nos lo concede Gigamesh: los hermanos Strugatski traducidos directamente del ruso.

 

© 2004 Santiago Díez San José para cYbErDaRk.NeT
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