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El portador de la noche,
de Graham McNeill
Título original: Nightbringer
(2002)
Portada: Clint Langley
Traducción: Juan Pascual Martínez
Editorial: Timun Mas
(2004)
Warhammer 40.000 Ultramarines 1
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Graham McNeill
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Jairo Ríos (Xnthos), Agosto 2004
Nos encontramos en Pavonis, uno de tantos planetas de los que forman
parte del Imperio de la Humanidad en el cuadragésimo primer milenio. Este mundo, dividido
entre una clase obrera y una clase corporativa entre las que las diferencias económicas
son sangrantes, es una auténtica olla a presión social. Por si los problemas internos
fueran ya poco graves, el sistema en que se encuentra ha comenzado recientemente a sufrir
los ataques casi constantes de piratas alienígenas (los Eldar), capaces de destruir naves
y arrasar poblaciones enteras sin ningún miramiento. Y, además, un grupo terrorista
denominado Iglesia de las Costumbres Antiguas causa estragos con sus atentados sobre las
instalaciones corporativas. Como consecuencia de todo ello, la producción industrial,
base de la economía del planeta, está cayendo en picado y la gobernadora Mykola Shonai
se ve incapaz de hacer frente a las obligaciones fiscales con el Imperio. Como única
solución viable implanta el "impuesto del diezmo", que a su vez agrava la situación
económica de las clases bajas y no hace sino atizar los fuegos de una revolución que
parece inminente.
Así las cosas, el Imperio, en un intento por controlar la situación
y esclarecer la verdad tras las causas que impiden la llegada de los tributos de Pavonis
a las arcas imperiales, enviará a Ario Barzano, adepto del Administratum, como
investigador con orden de averiguar qué ocurre y, si fuera necesario, tomar las medidas
pertinentes respecto del gobierno del planeta para poner fin a la crisis. Con funciones
de escolta y brazo ejecutor le acompañará un grupo de los mejores soldados del Imperio,
la Cuarta Compañía de Ultramarines, al mando del capitán Uriel Ventris y con el apoyo de
la astronave Vae Victus. Sin embargo, Barzano y los marines no tardarán en
descubrir que los problemas visibles de Pavonis son tan sólo la punta del iceberg.
Alguien está buscando traer de regreso desde más allá de miles de años de olvido una
terrible amenaza que podría destruir todo el Imperio.
El mundo en el que se desarrolla toda esta historia, y por extensión
la serie de Warhammer 40000, es una mezcolanza de elementos de ciencia ficción con
otros de corte más fantástico. Nos hallamos en un futuro lejano en el que la humanidad
se ha expandido por las estrellas y ha formado un vastísimo Imperio que se mantiene
unido por la fuerza de las armas y, en particular, con la ventaja que le otorgan sus
cuerpos de marines espaciales, verdaderas máquinas de combate mejoradas genéticamente,
armadas con lo mejor que la avanzada tecnología del Imperio puede proporcionarles y con
un nivel de lealtad al Emperador que raya el fanatismo. La humanidad se considera con
derecho divino a gobernar la galaxia, y los alienígenas que osan oponerse a este derecho
son considerados blasfemos y merecedores del exterminio. El Emperador goza de cualidades divinas,
y la devoción hacia él tiene más de culto religioso
que de simple lealtad hacia un líder: al Emperador se le reza, se le atribuyen milagros y
en su nombre se administra la extremaunción a los muertos. Es mediante esta devoción hacia
Él como la humanidad ha conseguido mantenerse unida en su expansión a través del
espacio.
Junto a este componente religioso imperante, y consecuencia suya
en parte, el universo de Warhammer 40000 está marcado por un ambiente arcaico y
pseudomístico que lo aleja de la ciencia ficción convencional y lo acerca a la fantasía.
Los nombres, tanto de personajes como de planetas, tienen con frecuencia resonancias
latinas o griegas. La tecnología no es meramente funcional, sino que tiene un
componente místico fundamental y casi mágico: las naves espaciales son verdaderas catedrales de miles
de años, decoradas con un estilo gótico, dotadas de gárgolas externas como ornamentos,
de celdas más que de compartimentos para los tripulantes, o incluso campanas como medio
para dar las alarmas en vez de sirenas. En vez de papel se utiliza el pergamino, se
consagran espíritus guardianes a los campos de energía y a las armas como medio para
potenciar su utilidad, y el uso y la reparación de la tecnología está en manos de los
tecnosacerdotes, que deben bendecir y efectuar sus ritos sobre cualquier artefacto antes
de que este pueda ser utilizado. Adicionalmente, los poderes de la mente son una realidad
aceptada y aprovechada: por ejemplo, la comunicación entre planetas se lleva a cabo a
través de poderosos telépatas.
Sin embargo, frente a este ambiente casi de "edad oscura futurista",
Pavonis, donde se desarrolla la mayor parte de esta novela, nos va a recordar más a la
Europa socialmente convulsa de finales del siglo XIX/comienzos del XX, al menos en lo
que respecta a la notable desigualdad social entre obreros y empresarios en un entorno
industrial, y a la lucha de clases que está alcanzando su punto álgido
cuando comienza la historia.
Cualquiera que haya leído otra novela de Warhammer 40000 o
que, sencillamente, conozca de antemano esta serie, basada en un famosísimo wargame,
podrá imaginarse desde el primer momento qué es lo que se va a encontrar en El portador
de la noche. No nos llevemos a engaño: pese a que el trasfondo de la novela pudiera
dar lugar a toda una reflexión sobre la injusticia social, el poder de la religión y la
tradición, o los códigos militares, hay muy poco de eso. Olvidaos de
cualquier innovadora especulación científica o de sesudos planteamientos sobre el destino
del ser humano; quien busque ciencia ficción "seria" ya puede pasar de largo. Por otra
parte, tampoco hay que intentar buscar entre líneas una especie de apología de un gobierno
totalitario o teocrático (porque el Imperio es, a grandes rasgos, eso), ni una exaltación
de la disciplina y el honor en el estilo de vida castrense, ni un tufillo ligeramente
racista al presentar a los alienígenas frente a los humanos.
Porque esta novela es, ante todo, entretenimiento. Y de la clase
de diversión a la que suelo llamar "descerebrada": no hay que darle vueltas, no hay que
buscar mensajes ocultos, ni siquiera tienes que intentar usar demasiado la cabeza mientras
lees. Simplemente dejarte llevar por lo que te cuentan y disfrutar. En El portador de
la noche lo que encontramos es una space opera casi canónica y algo gamberra,
protagonizada por unos marines espaciales enormes y armados hasta los dientes, que
recuerdan, y no por casualidad, a la Tropas del espacio de Heinlein. Acción y
ensaladas de tiros, auténticas batallas campales donde los muertos se cuentan a cientos,
alienígenas repugnantes, amenazas contra la humanidad y algún que otro combate espacial
entre impresionantes naves góticas.
Podemos olvidarnos de todo lo políticamente correcto. Aunque algunos
personajes, como el propio Ventris o, en menor medida, Barzano, se nos presenten desde
una óptica más amable y cercana al lector (Uriel Ventris es compasivo hacia la gente de
Pavonis, busca salvar antes que destruir; Ario Barzano es, ante todo, un hombre honorable
con un fuerte sentido de la justicia), desde el primer momento la historia se nos presenta
en claras tonalidades de blanco y negro: hay buenos y hay malos. Punto. Por supuesto, los
"buenos" son una pandilla de militares fascistoides y fanáticos con cierto desprecio hacia
los civiles, una firme creencia en la superioridad de la raza humana frente a los
"blasfemos" alienígenas y en el "destino manifiesto" de la humanidad de gobernar el universo
(le pese a quien le pese), así como cierta facilidad a la hora de apretar el gatillo. Pero
esto, curiosamente, es parte de la gracia que tiene el libro. Quizás sea precisamente lo
exagerado y casi caricaturesco del retrato que se hace de estos marines como militares duros
y heroicos que jamás dudan antes de actuar lo que hace algo tan divertido el seguir sus
hazañas casi imposibles a lo largo de la novela. A ratos son heroicos, a ratos tan
irracionalmente fundamentalistas que te sacan la inevitable sonrisa.
Además los adversarios no nos dejan lugar a dudas: son los "malos",
sin ninguna posible ambigüedad moral. Tenemos extraterrestres repugnantes de una maldad
pura, los eldar, que en ocasiones recuerdan a los cenobitas de Clive Barker tanto en métodos
como en apariencia, que no dudan en llevar a cabo torturas y asesinatos a gran escala, y
que además parecen poco menos fanáticos hacia su causa que los propios marines espaciales.
Respecto al resto del reparto de villanos, tampoco despertarán nuestras simpatías unos
traidores capaces de manipular a las clases menos afortunadas de un planeta para utilizarlos
en sus propios planes, sin importar cuántos de ellos tengan que morir. De esta manera, no
nos llegamos a plantear si la actuación de los marines es o no correcta: no cabe duda de
cuál es el bando al que tenemos que jalear. Simple y sonrojantemente simplista, pero
perfecto para los fines de la historia.
La abundancia de combates, peleas y batallas a lo largo del libro,
resueltas con bastante solvencia por el autor, y el hecho de que la acción sea casi una
constante, la convierten en una historia perfectamente disfrutable y que se lee con
rapidez. Nada que vaya a interesar a quien esté buscando contenidos o calidad literaria,
pero del que cualquiera puede disfrutar de la misma forma que a (casi) todos nos gusta
ver una buena película de acción o de serie B de vez en cuando.
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