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Acorfus es Alex Cortell, lector empedernido y creador
por vicio. Es
estudiante de Medicina, aunque prefiere no hablar del tema (siempre
es
bueno hablar de cualquier cosa, excepto de los estudios, vayan bien
o
mal; prefiere reservar este tema para las comidas familiares; así
que
podéis hablar con él de lo que os plazca, excepto
de eso)...
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por Acorfus, Junio 2002
La noche. Oscura como la
boca del lobo, gélida y traicionera, se extiende sobre las
intransitadas afueras de la ciudad de Harmak. La combinación
salvaje de tierra y roca junto a las zarzas azotadas por el viento
hostil convierten cualquier refugio en un paso obligado.
Alguien intenta abrirse paso por la fuerza.
Dos individuos, desdichados como sus vidas,
corren hacia la luz que divisan allá a lo lejos. Parece hogareña.
La hospitalidad es práctica común en estas tierras,
así que lo más razonable parece buscar un techo...
Toc,toc... la puerta se mantiene silenciosa,
ningún sonido rompe el monótono pero aterrador silbido
de la noche de otoño... pero los goznes empiezan a chirriar,
y un hálito de luz amarillenta ilumina la entrada.
-Qué desean a estas horas?-pregunta
una voz fría-.
-Buscamos cobijo-responden-. La noche es
demasiado...
-¡No!-interrumpe la voz-. Sólo
les podemos ofrecer limosna, si lo desean, pero no un lugar para
dormir.
-Entonces...
La réplica llega tarde, la puerta
se cierra. Ambos vagabundos, pesarosos y rendidos, caen sobre el
suelo. Era su última esperanza.
La casa, decorada a la antigua usanza,
tampoco ofrece un ambiente muy cálido. La misma voz, fría
como la escarcha, recorre el pasillo principal.
-Nuevamente hospitalidad, mi señor.
Nadie responde.
-Hospitalidad le digo, señor. Creo
que va siendo hora de cambiar un poco las normas de esta vieja casa.
-No es una buena idea, Thorus-contesta
una voz arrogante-. Sabes que no debo interrumpir mi trabajo.
-Pero, mi señor... cuántas
veces va a volver a caer en la desdicha de ese trabajo que dura
años...
-Nada podrá interrumpirlo.
-Acabará usted muriendo en su sillón,
sin haberse levantado siquiera.
-Es algo por lo que vivir.
-O morir.
La voz de Thorus, siempre gélida
desde que no viera la luz del sol, vuelve a desvanecerse. El viejo
señor reinicia su faena. Era un trabajo duro, y no recordaba
cuánto tiempo llevaba descifrando aquellos papeles; pero
esperaba con ahínco la resolución final. Muchos años
sentado en un sillón que habían atrofiado sus piernas
por completo. De aquel ser vigoroso ya sólo quedaba su mente,
ágil e intrépida, que se relamía de placer
ante el objeto de su búsqueda... su propio destino.
Y es que el futuro que le estaba asignado
parecía oculto tras aquel criptograma, entre aquellos desgastados
caracteres... pronto, muy pronto iba a averiguar el porqué
de su existencia, y los detalles del porvenir.
Todo aquello pertenecía a una anciana
vidente, ya muerta, que acostumbraba a guardar los casos que se
le consultaban en unos archivos de pergamino. El paso del tiempo
los depositó en sus manos.
Allí los tenía, y estaba
a punto de colmar su única y gran esperanza.
El viejo (de nombre Orestes) jamás
había conocido a sus padres. Ellos marcharon de Harmak hace
mucho tiempo, nada más se supo. Y aquella anciana, única
testigo en vida de las últimas convicciones de sus progenitores,
fue quien le entregó los manuscritos, ya moribunda, con el
fin de que él descubriese el porqué de su pasado.Era
muy injusta cualquier otra opción. Pero, además, los
textos recogían las videncias de aquello que le deparaba
el futuro, y quizá era esto lo que más energías
le otorgaba para proseguir en su investigación.
-Señor-pronuncia de nuevo la voz
inerte-. Los vagabundos imploran su compasión.
-¡No tengo tiempo!-Un puñetazo,
débil como la irremisible vejez, pone el punto y final.
Pero, ¿qué era aquello que
había descifrado hasta ahora? todo apuntaba hacia una fatal
desgracia de sus padres, pero esto también le animaba a perseverar.
Bastaba encontrar la conexión de esto con su ser, con Orestes.
Y, sobre todo, la revelación de qué ocurriría
en el mañana.
Estaba seguro de que ningún mortal
había estado tan cerca de esto como él, a excepción
de la anciana vidente, y no sabía si iba a poder guardar
el secreto. Sólo esperaba resolver el enigma de toda una
vida, para toda una existencia dedicada al conocimiento de los sucesos
venideros... parecía que le iban a marcar, pues la escritura
se hacía más fluida, deseosa de llegar a la conclusión
final. Y esto es lo que le proporcionaría la felicidad eterna,
un sentimiento extraño en él; jamás en su vida
la había conocido, sólo quería averiguar si
el papel que el destino le iba a otorgar incluía esta felicidad,
ya que, si noera así, nada merecería la pena
-Mi señor-Thorus se asoma con cautela-.
La tempestad ha cesado.
-Bien-carraspea-. Puedes retirarte.
-Hay un juglar en la puerta. Dice venir
de muy lejos.
-¿Qué desea?
-Obviamente, cantar una canción.
A cambio de un buen pan. Está en los huesos.
-Dile que se vaya a la ciudad.
-Pero mi señor... se trata de una
canción alegre, rítmica, bella.
Llenará de vitalidad su enferma
estancia.
-¡No tengo tiempo!...
Los pasos de Thorus se pierden en la oscuridad,
finalmente Orestes oye una conversación lejana. No le presta
atención, consigue abstraerse y finalizar de una vez la lectura
de su vida...
Todavía le restaba encajar un par
de signos en el concepto general, le había mantenido ocupado
durante los últimos días, aunque el problema, al parecer
sintáctico, ya estaba casi resuelto. La frase final era demasiado
ambigua y debía revisar el significado que le había
asignado a ciertos caracteres. No obstante, quizá tardaría
todavía el resto de la noche; pero ¿qué más
importaba? aquel intervalo temporal, en comparación con el
resto de su vida, era insignificante. Además, se había
acostumbrado al paso de las horas, hasta el punto de que ya poco
significaban para él.
La madrugada fue pasando, y con lentitud
los primeros rayos de un sol despierto empezaron a avanzar sigilosamente,
extendiéndose sin demora hacia el resto de la habitación.
Orestes sintió un estremecimiento, pues no estaba acostumbrado
a ello. Era Thorus quien, antes de que esto ocurriera, corría
diariamente las cortinas para evitar cualquier contacto del viejo
con el mundo exterior, ya que así lo deseaba él.
Pero esta vez había faltado a la
cita.
-Thorus...Thorus...-la voz desgastada apenas
consigue llegar más allá del pasillo-.
Orestes se intenta incorporar, pero sus
músculos no están preparados.
No puede alcanzar la cortina, luego deberá
soportar el influjo mundano. Su bastón está algo más
cerca, pero no se siente con valor para llegar hasta él.
Y retoma los escritos. Frunce el ceño.
Ya está, el enigma se va resolviendo. Pero es aterrador.
Sus padres descubrieron que el futuro de su hijo iba a ser muy negativo,
ahogado por un destino cruel.
Incluso que el futuro de ellos mismos iba
a derivar hacia...la muerte, y muy pronto. Orestes traga saliva,
e intenta acomodar su vista a la luminosidad que la estancia cobra
por momentos. Siente los latidos de su corazón en su frente,
a punto de reventar. El sudor recorre su cuerpo.
Sus padres iban a morir de tristeza tras
conocer el funesto destino de su primogénito, afectados por
la revelación de aquello que nunca debieron averiguar. Y
la vida de Orestes, como bien claramente narraba, iba a constar
de un sinfín de desengaños y pesadumbre, desazón
y abatimiento moral. Nunca iba a conocer la felicidad, pues esta
le había sido denegada desde el principio, así lo
había decidido su destino antes de que él naciera.
Por supuesto, el hijo desdichado moriría preso del malestar
acumulado con su larga pero improductiva vida.
Orestes. El estupor y el aturdimiento ofuscan
su mente. Esto es demasiado para él; no sabe cómo
reaccionar. Los rayos de sol siguen ganando terreno, y esta vez
inundan su semblante. Cegado por la llamada del mundo, y en un acto
reflejo, se lleva las manos a la cara. Pero se cruzan con los pergaminos,
que caen al suelo y se entremezclan unos con otros.
Ahora ya puede soportar mejor la luz, y
mira enrabietado aquellos escritos, esparcidos por los suelos. Así
que el viejo se pone en pie, con pesadez pero decidido. La pequeña
corriente de aire que se forma apaga la llamarada agonizante de
la última vela con que invirtió su tiempo. Coge su
bastón y empieza a deambular por el pasillo, hacia la puerta
principal. Allí, incomprensiblemente para él, se encuentra
Thorus, sujetando el asidero de la entrada.
-Hacía mucho que esperaba este momento-
Thorus abre la puerta con decisión y un nuevo mundo aparece
ante los ojos de Orestes, teñido de verde vida, con olor
húmedo y refrescante, y de sabor agradable.
-Puedes quemar los manuscritos-con estas
palabras, el viejo ahora rejuvenecido avanza hacia el suelo empedrado
de fuera. Éste da la vuelta a la casa, describiendo un rectángulo,
y Orestes lo transitó en su juventud a la vez que meditaba
sobre sus primeros descubrimientos acerca del destino.
Pero el camino es otro: Orestes vence sus
últimas tentaciones dañinas, sale del empedrado y
se introduce en la senda que baja hacia la ciudad. Ya vigoroso,
grita alto; es libre.
Al autor le gustaría hacer las siguientes preguntas a
los lectores
¿Qué os ha parecido la alternancia
narrativa entre presente (la vida) y pasado (la muerte)? ¿pensáis
que pierde rigor narrativo por ello?
Recordad que no es más que una técnica para unir los
dos bandos.
¿Qué pensáis del
simbolismo del relato? (La senda, la vela, el sol, las cortinas,
el juglar, el sirviente Thorus...) ¿Se os ocurren más
simbolismos?
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