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J.Javier Arnau. Vive en Puerto de Sagunto, Valencia.
Diplomado Universitario en Enfermería. Técnico
Especialista de Laboratorio. Técnico en Marketing
Miembro del Equipo Coordinador de Teatro de Sagunto.
Miembro del Consejo de redacción de la publicación
DINA, para el ocio y el tiempo libre.
Coordinador/Director del Grupo de Teatro Gestual
"La
Farola Apedreá".
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por J. Javier Arnau, Agosto de 2002
Bueno, la historia de este relato es un tanto...peculiar;
en primer lugar, en su versión de No ciencia ficción,
se publicó en una revista subvencionada por el Ayuntamiento
de Sagunto -a lo mejor, algunos la conoceis.
Posteriormente, la mandé a Nitecuento,
publicación electrónica...donde no se aceptó
por considerarla muy "escabrosa"-sobre todo la referencia
a espiar niñas en los colegios.
Después, se reconvirtió a CF para
su posible inclusión en Pulsarfanzine, especial temas tabú...donde
no fue aceptada por "light".
Y aquí la tenéis, para que opinéis
vosotros mismos.
A la señora Eutimia Garrido sólo
le gustaba desnudarse cuando se sentía observada por algún
componente del sexo masculino, fueran humanos o cibernéticos-pero
ojo, no por su marido: con él, a pesar de llevar más
de dieciocho años casados, hacía el amor con las luces
apagadas y con el camisón cerrado hasta el cuello.
En esos más de dieciocho años, el
marido de doña Eutimia, don Asisclo López sólo
llegó a atisbarle un seno, un día en el que ella estaba
en la ducha, y eso porque entró en el cuarto de baño
sin darse cuenta de que ella estaba allí: don Asisclo notó
entonces cómo la sangre se le subía a la cabeza, las
sienes le palpitaban y su miembro viril crecía y crecía
dentro de su pantalón como nunca lo había hecho...Como
la ducha estaba ocupada, don Asisclo subió y bajó
corriendo las escaleras de su piso varias veces, hasta que notó
cómo el cansancio hacía flaquear todos sus "miembros"...don
Asisclo no disponía del suficiente capital como para ser
propietario de una de las afamadas "máquinas de amor
onanista"-MAO, en lenguaje coloquial.
Volviendo a doña Eutimia, a ella le encantaba
ir a las tiendas de ropa, sobre todo de ropa interior y bañadores,
en cuyos probadores entraba con varias prendas de ropa en la mano,
dejándolos entreabiertos luego para que los dependientes
automatizados y los hombres que acompañaban a sus mujeres
en las compras pudiesen verla desnudándose una y otra vez;
es más, algunas veces incluso llamaba a alguno de los dependientes
para que le ayudase con una u otra prenda. A pesar de saber que
eran simples mecanismos, aunque con apariencia burdamente humana,
el hecho de estar con alguien del "sexo" opuesto hacía
más placenteras sus compras...y siempre se sentía
satisfecha cuando alguna de las otras mujeres pillaba a su marido
mirando con envidia a los servodependientes.
Su marido sabía de ésta, llamémosle,
"afición secreta" de su mujer, por lo que él,
debido a ello y a lo poco que ella le tenía en consideración
en el aspecto sexual-y en todos los demás-, también
desarrolló su propia "afición secreta";
como era celador de una clínica de reestructuración
de personalidad, y por sus manos pasaban todas las fichas electrónicas
de las personalidades almacenadas, escogió las de muchachitas
de doce a diecisiete años a las que después llamaba
por vivioconferencia como si de una antigua línea erótica
se tratase.
Por supuesto, al poco tiempo fue descubierto y
expulsado de la clínica; no se le denunció por miedo
al escándalo que se podría producir, lo que le supondría
un descenso en el número de usuarios y, por consiguiente,
una merma en los ingresos monetarios.
Esto fue la gota que colmó el vaso para
doña Eutimia; echó a su marido de la habitación
conyugal y, prácticamente , de su vida-hemos de señalar
que doña Eutimia era cocinera en el comedor de unos grandes
almacenes, uno de los pocos puestos desempeñados por humanos
en todo el complejo, en los cuales no practicaba su "afición",
porque se jugaría el puesto de trabajo, que una cosa son
las aficiones y otra el dinero para comer.
Don Asisclo veía impotente cómo
doña Eutimia comenzó a llevar desconocidos a su casa-
tanto humanos como los más sofisticados cyborgs que se encontraban
hoy día, y que muchas compañías hacían
pasar por humanos sin que mucha gente lo supiese- con los que solía
compartir la alcoba que no hacía mucho era de ambos. De todas
maneras, no era eso lo que le enfurecía, sino el acúmulo
de frustración de todos esos años, sabiendo que los
demás hombres-y cyborgs- disfrutaban de algo que a él
le estaba prohibido; a él, que se consideraba el legítimo
propietario de la mercancia tan libremente exhibida-y probada.
Don Asisclo empezó a planear su venganza,
aunque él en ningún momento lo viese así, sino
como una forma de desquitarse de las frustraciones y de los malos
momentos pasados. Así pues, empezó a alquilar los
servicios de Muñecas de Diversión AR- que al ser producidas
en serie, eran mucho más asequibles que las prostitutas humanas;
pero no había peligro que esa antigua profesión se
extinguiese, pues siempre habrá quien prefiera sexo puro
con una persona real- y a llevarlas a su casa, donde hacía
con ellas todo lo que su mujer nunca le había permitido en
todos sus años de matrimonio.
Más de una vez lo vió su esposa-él
intentaba que fuese en las noches en que ella no volvía acompañada
a casa-y, aunque al principio ella pareció no prestarle la
más mínima atención, pronto acabó por
irritarse por el hecho de que su, aún, marido gozase libremente-aunque
pagando- como ella misma hacía.
Por esto, la casa pronto se convirtió en
un entrar y salir continuo de gente desconocida, rostros anónimos
que aparecían una vez y nunca más se sabía
de ellos-algunos a veces se repetían, pero parece que los
cónyuges ni reparaban en ello, tan ansiosos estaban de demostrarle
al contrario que ellos podían más, que no les importaba
lo que el otro hiciese si podían superarlo.
Inevitablemente, se dió la circunstancia
de que poco a poco don Asisclo fue encontrando esta clase de vida
mucho más apetitosa que la anterior, pero no así doña
Eutimia, que lo consideraba un reto hacia su persona.
Pero ¡ay, esto no podía durar eternamente!;
mientras que doña Eutimia encontraba acompañante en,
prácticamente, cualquier lugar al que fuese, don Asisclo
tenía que pagar por ello, por lo que sin trabajo, y con sus
ahorros gastados en su lujurioso ritmo de vida, llegó al
extremo de robarle los intercréditos y las holojoyas-verdaderas
obras de arte, más caras que las verdaderas joyas que representaban-
a su esposa, y empezó a gastarlo en juegos de azar, tanto
en los Autoservoazares como en las más arriesgadas-físicamente-Carreras
de la verdad-en las que nunca ganó nada, pero sí estuvo
a punto de perder la vida-, esperando un golpe de suerte para recuperar
su dinero. Así, acabó por convertirse en un ludópata
y adicto al riesgo de las Carreras, que además bebía
para olvidar sus miserias. Con todo ello, empezó a deber
intercréditos en los garitos que frecuentaba, hasta que dejaron
de fiarle, y finalmente le prohibieron la entrada en todos los cyber-bares
de la ciudad.
Sin embargo, doña Eutimia intimó
con el presidente de los grandes almacenes donde trabajaba: un cincuentón
casado, con un hijo holoprogramador de los cerebros gravitónicos
de los cyborgs y demás seres automáticos/electrónicos
del país; una hija casada con un inversor de nuevas tecnologías,
que se había hecho millonario invirtiendo en editoriales
de ciencia ficción, pues paradójicamente, cuanto más
avanzaba la tecnología, más ávidas parecían
las masas de evadirse con las aventuras espaciales ya tan desfasadas;
una suite en la zona más sibarita de la nueva-la quinta en
activo en esos momentos-estación espacial; apartamento en
primera línea de uno de los cráteres más espectaculares
de la Luna; una nave intrasistema y otra atmosférica, cuentas
millonarias en varios bancos interplanetarios, y una mujer encantadora
que nunca, nunca, se metía en los asuntos de su marido, y
a la que quería con locura.
Doña Eutimia y él sólo se veían los
lunes y jueves: los demás días los seguía dedicando
a su "afición secreta".
Don Asisclo la veía muy a menudo entrando
en tiendas de lencería, cuando él se sentaba en el
bordillo, mendigando unas décimas que después se gastaría
en una-o dos, si el día no venía malo-copa de vino,
y en la máquina servoholomecánicas del bar...eso sí,
cuando no estaba en la puerta de los colegios espiando a las niñas,
o intentando robar fichas de Neopersonalidad en los laboratorios
que diseñaban la Muñecas de Diversión AR ...
Basado en hechos reales
FIN
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