Por Iñaki Bahón |
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Lo que cuenta es el final
Tras la decepción que para muchos supuso el
estreno de Matrix Revolutions, el colofón de esa otra gran saga
contemporánea que es El Señor de los Anillos se presentaba lleno de
incertidumbres. Quien más quien menos se preparaba para el estreno de El
retorno del Rey apretando dientes y puños, como quien espera la embestida de
una ola cuya potencia desconoce. Afortunadamente estos temores pronto se revelaron
infundados: la película es una obra excelente que remata de forma brillante la
trilogía y subsana (o al menos hace olvidar) la mayoría de los defectos
de las anteriores. Se suele decir que lo que cuenta es el final, y en el cine es cierto
en gran medida: un buen desenlace permanece en la memoria del espectador, y puede salvar
una película mediocre.
Evidentemente El retorno del Rey no es una obra
perfecta (¿lo es alguna?). También tiene algunos defectos. Y a pesar de mi entusiasmo
por ella, no sería justo si no los mencionase; así que, siguiendo con la idea
de que el final se recuerda más, los señalaré al principio de mi
comentario para que se olviden rápidamente.
Es cierto que en esta ocasión no nos encontramos
con los graves desequilibrios de estructura que presentaban las anteriores entregas (sobre todo
la segunda), y que la película resulta mucho más redonda y coherente. Pero
también se le pueden reprochar ciertos errores que, tienen que ver, de una u
otra forma, con el tiempo.
En primer lugar tenemos la duración del filme.
Creo que una película de más de 200 minutos debería intentarse acortar
todo lo posible, y, para mí, sobra parte del principio y del final. En el principio
tenemos cinco minutos para repetir lo que ya conocemos acerca de Gollum (ya sabíamos
que el anillo le había destruido, y que es capaz de cualquier cosa, hasta de matar,
para poseerlo), en lugar de contarnos algo que queremos saber: por qué desea tanto
poseerlo teniendo en cuenta el sufrimiento que le produce (no digo que no exista la
razón, sólo que en la película no creo que se explique). La secuencia
tampoco puede tomarse como un resumen de anteriores episodios, y es que la saga no ha tenido
contemplaciones con aquellos espectadores que no hubieran visto las entregas precedentes
(suponiendo que hubiera alguno).
También falla el final; tras el clímax
las películas deben acabar cuanto antes, de modo que no se puede alargar su
conclusión 20 minutos ya que el público se incomoda. Terminar tras la escena
de la coronación de Aragorn hubiera sido perfecto (sé que en el libro pasan
muchas cosas tras este momento, pero aquí estamos hablando de las necesidades de un
guión cinematográfico, no de una novela).
Por otro lado, el intervalo de tiempo que transcurre
desde el principio de la saga hasta el final no queda claramente reflejado. Es cierto que se
nos dice en esta tercera entrega que han pasado trece meses, pero este tiempo no está
demasiado bien reflejado. Tal vez el hecho de que el pan élfico dé mucho de
sí nos pueda despistar y hacernos creer que ha pasado mucho menos tiempo.
Existen algunas otras pegas menores, como el hecho de
que se resuelva tan a la ligera la trama de Saruman, un personaje cuyo peso parecía
hacerle merecedor de algo más de atención (habrá que esperar al DVD,
aunque resulta un alivio saber que según Peter Jackson la versión
definitiva es la estrenada en el cine); que resulte tan incomprensible que los tres
héroes protagonistas se adentren en las montañas dejando plantadas
a sus tropas (coño, qué les costaba dar una pequeña explicación,
¿no?); que Sam, tras encontrar bien agrupaditos al pie de las escaleras que conducen a
la guarida de la araña los trozos de pan élfico que hemos visto desperdigarse
al ser tirados por Gollum, suba en lo que parece un breve espacio de tiempo los peldaños
que antes les habían costado horas recorrer; que resulte tan prescindible el personaje
del padre de Faramir... todo ello menudencias que no disminuyen lo más mínimo
el disfrute de esta película.
Un espectáculo extraordinario
Estamos, desde mi punto de vista, ante la mejor de las
tres películas, aunque es cierto que partía con ciertas ventajas a la hora de
conquistar este puesto: su condición de "tercera parte" hacía
prever que se fuera a convertir en la favorita del público por razones que
tienen mucho que ver con la estructura dramática. Por una parte concluye la saga,
y eso resulta de agradecer: uno va a al cine para que le cuenten una historia, con su
principio y final, y por muy brillante que sea una obra siempre resulta insatisfactorio
que no concluya. Es por eso que las dos obras anteriores contaban con un serio handicap
imposible de solventar, y con esta el espectador se siente más satisfecho al salir del
cine sabiendo que no tiene que esperar otro año para saber qué más
sucede.
Por otro lado, si aceptamos esa teoría
(francamente discutible) de que es habitual que las sagas se estructuren en trilogías
por paralelismo a la clásica organización dramática en tres actos, nos
encontramos con que El retorno del Rey es el tercer acto, el del desenlace; y es en
esta parte donde las historias resultan más emocionantes, más intensas, ya
que es aquí donde los protagonistas se enfrentan a los retos más
difíciles, donde los héroes son puestos definitivamente a prueba, donde se
escenifica el clímax que, en cierta forma, es la razón de ser de las obras
dramáticas.
En tercer lugar tenemos la ventaja de que los personajes
y las situaciones son ya de sobra conocidos para el espectador. Si todas las películas
necesitan un tiempo para "arrancar", hasta que el público conoce la
situación de la que se parte, las películas de la saga de los Anillos, con
sus numerosos protagonistas y diversas tramas, son como enormes motores que requieren mucho
tiempo para acelerar. Pero El retorno del Rey ya tenía gran parte de este
trabajo adelantado, y es por esta razón que la historia entre en harina antes
de lo que sucedía en las dos películas anteriores (recordemos, como ejemplo
más claro, lo mucho que tardaba Las dos torres en empezar a contar algo
realmente emocionante). Con ocasión del estreno de aquella segunda parte
comenté que El Señor de los Anillos se estaba revelando como una obra
más descriptiva que narrativa, pero en esta ocasión la historia es mucho
más intensa, sucediéndose una secuencia emocionante tras otra, con un ritmo
envidiable.
Se dice a menudo que para conquistar al
público basta con ofrecerle unos cuantos momentos inolvidables, y El retorno del
Rey tiene algunos de los más espectaculares de la historia. Inacabables
ejércitos, paisajes maravillosos, ciudades asombrosas, distintas razas, criaturas
aterradoras... gracias a la mayoría de edad de los efectos especiales digitales,
todo esto se presenta ante nuestros ojos en un desfile arrollador, convirtiendo a esta
película (y a toda la saga), en un estandarte del cine-espectáculo.
Resulta muy fácil caer en el error de pensar
que cualquiera puede hacer una película así si cuenta con un presupuesto
holgado. Está claro que no ¿Cuántas películas horrorosas y
carísimas hemos visto en los últimos años? No basta con el dinero.
Y tampoco las virtudes de esta tercera entrega son originadas de cuestiones ordinales; es
decir, que su eficiencia no es debida únicamente a su posición
cronológica dentro de la saga, a su condición de tercer acto. Hay que
descubrirse ante el talento y la capacidad de Peter Jackson, quien ha entrado en
la historia no sólo por su valor (rayando en locura) y capacidad logística
demostrada para embarcarse en una colosal empresa de siete años, y llevarla a buen
puerto, sino también por su talento como cineasta. No hay duda de que estamos ante un
director que sabe rodar, y las mejores muestras de este talento pueden verse en El
Retorno del Rey.
Por ejemplo, las batallas, parte importante de esta
película, resultan absolutamente fantásticas, y son un buen ejemplo de su
saber hacer. Es evidente que se apoyan en un soberbio diseño de producción,
además de los ya mencionados, e increíbles, efectos especiales. Pero esto no
es lo único que las hace funcionar, ni siquiera lo más importante. Están
muy bien preparadas, haciéndonos sentir la amenaza que suponen los ejércitos
enemigos, el miedo que producen, la magnitud de la lucha que se avecina. La medida del
héroe viene dada por la grandeza del enemigo: a mayor amenaza, mayor será
la gloria del protagonista en caso de superarla, y Jackson conoce perfectamente
esta regla.
El problema es que se construye tan bien
esta sensación de amenaza que no parece existir escapatoria; se crea tan bien la
sensación de enemigo imbatible, que luego resulta un poco increíble
cuando es derrotado. Sucedió en el abismo de Helm, vuelve a pasar en Minas Tirith...
De hecho resulta algo extraño, aunque de agradecer, que, teniendo en cuenta por todo
lo que pasa la comunidad del Anillo, sólo uno de sus integrantes, Boromir, resulte
muerto. Los héroes aparecen como superhéroes invencibles, nunca se teme por
su vida, y eso no es beneficioso. Aragorn, Legolas, Gimli... Con tanta muerte a su
alrededor ni siquiera resultan heridos.
Luego, una vez metidos en acción, los
movimientos de cámara (virtual, pero cámara al fin y al cabo) sobre el
campo de batalla, así como los combates cuerpo a cuerpo, contribuyen a remarcar
el salvajismo, consiguiendo unos momentos realmente magistrales. Pero también resultan
eficaces los momentos más intimistas. Escenas como aquella en la que Aragorn recibe
su espada recién forjada, Arwen regresa junto a su padre, o Gandalf infunde valor a
Pippin contándole que tras la muerte (aparentemente inminente) le espera un mundo
maravilloso, demuestran la sensibilidad de Jackson, su intuición para emocionar,
su talento para la épica.
Es evidente que no todo lo que vemos es mérito
del director. Durante los siete años que ha durado la producción de la
película un ejército de profesionales de todas las disciplinas han realizado
un trabajo soberbio. También, al frente de todo esto, ha contado con un grupo de
actores realmente buenos, sobre todo si tenemos en cuenta que los intérpretes de
calidad no suelen prodigarse dentro el género de ficción. Ian McKellen,
un excelente actor que con esta saga y la de X-Men ha conseguido el reconocimiento
público que le ha faltado a lo largo de su larga carrera, resulta un Gandalf
perfecto; Viggo Mortensen, el más beneficiado de todos, resulta arrebatador
(preguntad a vuestras novias) como Aragorn; Elijah Wood, el niño prodigio que
supo crecer, hace un buen trabajo interpretando a Frodo, un personaje que, a mi entender, no
es tan interesante para un actor como pudiera parecer en un principio; Sean Astin,
el auténtico héroe en esta entrega, consigue tal vez su mejor
interpretación... Y así una larga lista de secundarios que realizan un
excelente trabajo.
Peter Jackson no ha estado sólo,
por supuesto, sino muy bien respaldado. Pero me resulta escalofriante imaginar lo que
ha debido de suponer estar al frente de semejante proyecto.
El Oscar
¿Se merece Peter Jackson un Oscar?
Vayamos por partes ¿Para qué lo quiere?
Normalmente un premio significa prestigio y dinero, pero lo cierto es que un Oscar no
significa ya demasiado de lo primero (lo ganó Gladiator, lo ganó Una
mente maravillosa), y en poco mejoraría los espectaculares beneficios de la
trilogía.
Cuando se nominaron las anteriores entregas para el
Oscar a la mejor película no me mostré muy de acuerdo. Una película
cuenta una historia, y si, por los motivos que sean, la divides en tres (aunque Jackson
quería rodar dos, pero el director de New Line exigió una más), no me
parece muy justo que puedas optar a un premio por una obra inacabada. En cuanto a
El retorno del Rey, dado que la historia ya está contada, creo que el
director neozelandés sí se merece ahora un premio (aunque él no
esté totalmente satisfecho de los resultados), un reconocimiento por su trabajo
(aparte de la pasta que va a levantarse por dirigir la nueva versión de King
Kong). Y, querámoslo o no, el máximo exponente de este tipo de
reconocimientos, al menos para Hollywood, es el Premio de la Academia estadounidense.
En cualquier caso no tendremos que esperar mucho
para saber si consigue o no ganar por haber hecho esta película, que me hubiera
vuelto absolutamente loco si la hubiera visto con trece años.
Crítica de
Las dos Torres
© 2004 Iñaki Bahón para cYbErDaRk.NeT
Prohibida su reproducción sin permiso expreso del autor
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