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Crítica de 'Las fuentes perdidas'

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Las fuentes perdidas
de José Antonio Cotrina

Portada:
Juan Rubí

Editorial:
La Factoría
de Ideas -
Solaris Ficción
(2.003)


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José Antonio Cotrina

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Fernando Ángel Moreno , Marzo 2.004

Un mundo gangrenado al otro lado de la razón

   Durante bastante tiempo había oído hablar del interés de La Factoría por publicar una novela española y tuvo al parecer gran cantidad de originales en estudio. El proceso de selección no fue pequeño y, por lo que llegué a saber, la decisión no fue en absoluto tomada a la ligera.

   El éxito o el fracaso de este largo proceso será quizá muy discutido según vayan los gustos, pero el resultado está a la altura de las expectativas. La novela de José Antonio Cotrina, por lo que tengo entendido, no tiene nada que envidiar a las ventas de libros firmados por autores extranjeros y desde un punto de vista formal hay muy poco que reprochar en ella. En mi opinión esto se debe a que alcanza un excelente nivel literario y, además (que ya sé que para muchos es lo único), entretiene en el sentido de que te dejas llevar por la trama sin tener que hacer casi ningún esfuerzo. Éste es uno de sus mayores logros, el hecho de que alcance ambos niveles: se lee con emoción y sin dificultad, pero acepta profundizaciones si interesa.

   Pero vayamos por partes.

   En primer lugar, tenemos un argumento relativamente sencillo. Un mercenario, Delano Gris, es contratado por un nigromante para encontrar las fuentes perdidas, un antiguo mito respecto a un lugar donde los deseos más increíbles pueden hacerse realidad. Para ello se incorporará a un grupo de aventureros que van a buscarlas por su cuenta; llegado el momento, si es necesario, deberá impedir que beban, traicionándolos si es preciso.

   Por tanto tenemos una novela de aventuras en la tradición del grupo de aventureros especializados que ha de pasar innumerables peligros y combatir a un poderoso antagonista para alcanzar su objetivo; el resultado podría haber sido cualquier cosa. Pero no, no ha sido cualquier cosa.

   El argumento más cercano a éste, sin embargo, no lo encontraremos en ninguna novela de aventuras, sino en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. La novela de Conrad supone un terrible viaje al corazón más negro del alma humana, dando un viaje físico simbólico y uno espiritual. Salvando las distancias y las intenciones (pues no sé si serían las de Cotrina, ni siquiera si ha leído a Conrad), Las fuentes perdidas presenta un argumento similar, más en cuanto a sus consecuencias que en cuanto a sus planteamientos originales.

   ¿Qué diferencia esta novela de otras de argumento similar? Tres elementos fundamentales: los personajes, el espacio y su personalísimo discurso, más –¿por qué no? – su hibridismo de géneros (el hacer de una novela de horror una ¿simple? novela de aventuras), todos ellos en perfecta sincronía y coherencia.

   Quizá lo más esclarecedor sea hablar primero del espacio y del discurso realizado en torno a dicho espacio. La novela parte de la ya conocida división de la realidad en dimensiones, en la línea de Talismán, de Stephen King, o de las aventuras de Randolph Carter escritas por Lovecraft. Por un lado tendríamos nuestro mundo cotidiano y por el otro una existencia aterradora, tan real como la nuestra e incluso coincidente en muchos momentos, pues los personajes pueden usar objetos y poderes de esa otra realidad en nuestro mundo cotidiano. Se nota que no nos encontramos ante la primera novela de un autor principiante y lo notamos en la economía de explicaciones de Cotrina para desarrollar este lugar. No se nos expone ninguna farragosa sucesión de párrafos y párrafos para explicarnos de dónde viene esta dualidad ni qué la formó. Se nos introduce mediante la propia acción, como hacen los grandes narradores. En este sentido, Cotrina demuestra ser un autor más romántico que realista: no le interesa una acumulación de detalles, una descripción pormenorizada de cada prenda de ropa, sino que puede entretenerse durante palabras y palabras en un solo objeto, como un ankh o un caballo (que en este caso es un objeto, en cuanto a parámetros narrativos), un objeto cuya existencia nos hable más del personaje o del lugar que una exhaustiva acumulación de detalles. Por eso las descripciones no aburren, sino que nos enganchan y arrastran, por cuanto no hacen más que aumentar el misterio del pasado e inquietarnos para el futuro. Todos los espacios de la obra (y aquí incluyo objetos) tienen esta función de ir más allá de la propia descripción y se basan no en la acumulación de detalles, sino en pequeñas miradas a cuestiones muy relevantes.

   Por supuesto que Cotrina se entretiene en los espacios, y mucho, pero siempre en función de destacar un aspecto psicológico o de atmósfera para enseguida abandonarlo. En un momento realmente curioso del argumento dos de los protagonistas terminan en un campo de concentración. No sé si alguien podría describir con exactitud la idea del autor respecto a dicho campo (no se demora en detallarlo), pero cualquiera que haya leído la novela podría sin duda dibujarse uno absolutamente coherente a partir de las experiencias narradas y los pequeños apuntes aportados por Cotrina.

   No es lo único. ¿Para qué entretenerse con descripciones galdosianas (me encanta Galdós, que conste, pero hablamos de otros parámetros) si podemos referirnos a la manera en que Delano enciende su mechero de hueso de grifo o el modo en que a una mosca la persigue su zumbido, como símbolo de la vida del protagonista?

   Se trata siempre de espacios no ya crepusculares, como los de El corazón de las tinieblas, que han visto una degradación progresiva hasta quedar reducidos a su estado actual, sino propios de una existencia diferente, cuya naturaleza es el más puro Horror. Los bares, las habitaciones, el interior de los coches... tienen una atmósfera propia de esta novela: una sensación de decadencia eterna, tanto sin causa real más que la de la propia existencia como irresoluble. ¿Se nos explica por qué está en quiebra el bar donde Delano gris es presentado? No, podemos imaginarlo, pero el habérnoslo explicado nos quitaría esa sensación de lugar eternamente en decadencia. No sé si existe o no realmente el bar (y tres cojones me importa, la verdad), pero tengo la sensación de que si mañana Cotrina me dijera dónde está y yo entrara en él seguiría aún en quiebra y decadente, como dentro de un año y de diez. Y dice que aún así hay algo en familiar en este lugar, como si aún quedara esperanza.

   Sin embargo, conviene pararse aquí a reflexionar acerca de esta combinación de mundos. Cotrina es muy sutil a la hora de plantear nuestro mundo cotidiano. No realiza un duro contraste entre nuestro mundo maravilloso y la realidad grotesca que existe más allá del espejo. Tenemos dos pruebas: el bar ya mencionado, extraído en principio de un Madrid real, y el hogar de Delano Gris. Es un hogar verosímil, no especialmente oscuro, no radicalmente enfermizo, pero no tardamos nada en contemplar la tristeza, decadencia, pesadumbre... que lo domina. Cotrina no nos deja a Delano en una situación feliz, despidiéndose de una novia con la cual discute pero que aún le quiere y cuyo cariño le acompaña... Ni siquiera observamos una relación malsana cuyo desenlace se posterga hasta la vuelta de la misión. No; estamos ante algo enfermizo, acabado, desolado. Y cada detalle de la descripción de dicho hogar lo confirma.

   Por otro lado, tenemos el mundo gangrenado en el cual se interna el grupo. Quien haya leído El sueño de hierro, de Norman Spinrad, verá no pocas semejanzas entre la tierra desolada de los mutantes, con los carros de combate avanzando entre llamas, explosiones y balas, y esta tierra sin Dios por la que nos guía el novelista. La relación con el Infierno de Dante, tópico tantas veces utilizado, a menudo sin relación, tiene aquí su correspondiente en cuanto al célebre lema que ensalza las puertas a la morada de Satanás: Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza. Y nos encontramos realmente ante un mundo sin esperanza, donde lo único que puede hacerse es avanzar lo más rápidamente posible y no mirar atrás, pues sería una mirada gratuita. Aquí podemos echar de menos el bar en quiebra, el triste y decadente hogar.

   Uno de los momentos más detallistas del libro, sin embargo, será el del cruce de realidades, donde Cotrina va desglosando el efecto del paso a la Sombra a partir sobre todo de luces y mobiliario, pero comenzando por el sufrimiento físico del protagonista, fusionando así espacio y personaje. Ésta quizá sea la descripción más decimonónica de todo el libro –incluso continúa bastante más–, pues sin duda al autor le interesa marcar con toda la exactitud posible la relación entre ambas realidades.

   Lo mismo podemos observar en la aparición de cada objeto. No se nos describe la forma exacta de la pistola, sino su efecto. Y, sin embargo, no evita las incursiones poéticas cuando no sólo embellecen el texto –algo siempre discutible– sino que definen mucho mejor que el lenguaje coloquial. Por ello, no podemos hablar de imágenes visuales, sino más bien de imágenes psicológicas.

   Hay un insistente esfuerzo por parte de Cotrina en busca de una cierta poesía decadente que, sin resultar pedante ni forzada en ningún momento, cuadra a la perfección con los planteamientos de su historia.

   Se trata por tanto de un lenguaje mimado, aunque con cierto exceso de subordinadas, las cuales a menudo arrastran un poco la lectura; aún así, este estilo crea un ritmo cadencioso, pausado, acorde con la disciplina mental y vital de los mercenarios. De todos modos, no molesta tanto como para que la lectura no resulte un verdadero placer desde el principio hasta ese último:

      Ya estaba lejos.
      Cerca del lugar donde están los sueños
      cuando nadie los sueña
.

   Por último, en cuanto al espacio conviene señalar la importancia de las referencias culturales místicas, tanto egipcias como griegas; no se limitan a dar un toque exótico a la historia, sino que se plantean a partir de una mentalidad propia de dichos paradigmas y siempre ajustados a la narración de una novela de aventuras.

   En cuanto a los personajes, se trata del mayor logro de la novela. Por lo pronto, hoy en día un buen personaje depende de su complejidad interna, de sus conflictos personales, pues realmente buscar unos rasgos originales casi parece imposible. Y, sin embargo, Cotrina lo logra. Nos da nuevos tipos de aventureros: un genio probabilista, un lector místico que tortura constantemente a un satisfecho muñeco dotado de consciencia, un asesor fiscal que trabaja de líder mercenario en sus ratos libres, más un novísimo y verosímil concepto de nigromante. Por otro lado, los personajes más característicos muestran personalidades tan inquietantes como misteriosas: el asesino profesional se encuentra ligado de una manera ¿mística? con el asesor fiscal y, por supuesto, el propio protagonista: un hombre completamente aburrido y gris arrastrado a las aventuras de manera fortuita (un Bilbo Bolsón del Infierno).

   Por todo esto, el protagonista funciona bien tanto para conseguir cierta identificación con el lector como para asumir la cotidianeidad de este tipo de vida. Su personalidad y Destino son además tratadas, aún con cierta convencionalidad, de hábil manera mediante retrospecciones bien calculadas. Ésta hábil introducción en la cotidianeidad de unos personajes cuya vida se basa en el coqueteo diario con el Horror supone uno de los grandes logros del texto.

   En este sentido, el personaje menos afortunado es el de la espiritista, la cual debió ver cómo parte de su desarrollo quedaba encarpetado por razones narrativas. No es que estorbe, en absoluto, pero queda muy difuminado ante la tremenda personalidad y el interés de sus compañeros. Aún así hay que agradecerle a Cotrina una historia de amor original y con un final más que interesante.

   Todo ello nos da una novela fresca, novedosa, que hace un hábil uso del hibridismo entre géneros –magníficos los momentos de peleas a tiros de armas automáticas con los muertos vivientes– y dotada de un inteligente y a menudo macabro sentido del humor (he llegado a reírme con ganas en más de un pasaje).

   Y, en fin, lo bueno de Las fuentes perdidas –como, por supuesto, de tantas obras complejas– reside en la acumulación bien cohesionada y coherente de elementos muy diversos. Precisamente por ello, el texto admite múltiples análisis y habría de propiciar numerosas discusiones. En mi humilde visión, me atrevería a pedir a Cotrina el desarrollo de estos personajes y de este mundo en relatos cortos –aparte de que pueda interesarle o no una nueva novela sobre el tema–, ya sea en momentos anteriores o posteriores a la historia contada. Uno se queda con ganas de disfrutar nuevas experiencias con este grupo de anti-héroes.

 

© 2004 Fernando Ángel Moreno para cYbErDaRk.NeT
Prohibida la reproducción sin permiso expreso del autor

 

2004-12-25 16:36   javier
Excelente el libro, buenisima la critica
He de reconocer que lo lei un tanto de "rebote": fue uno de la lista de regalos de reyes 2003/2004, pero no mi primera eleccion
Por suerte, fue este el que me regalaron
Extraordinario
Y hay quien me ha dicho, lectores de CF y fantasia, que tiene demasiada imaginacion, demasiada fantasia, y se han quedado perplejos ante el .
y extraordinario tmabien la novela corta que acompaña estos articulos (Lilith..) en la que encontramos a alguno de los protagonistas de Las Fuentes, y el mismo universo. y tambien el relato Entre lineas, recogido en la recopilacion CF española 1982- 2002, donde aparte del valor del propio relato, se nos presentan algunos personajes y se nos dan algunas claves de Las Fuentes...
2004-05-15 09:15   Isimus
Poco queda que añadir a la crítica de Fernando Ángel Moreno.
Un libro tremendamente entretenido de leer (lo digo como elogio) y no carece de pasajes que te ponen los pelos de punta o te hacen pensar.
A pesar de que tras este libro ya he leído unos cuantos más de vez en cuando me encuentro pensando en alguna escena o algún personaje.

Un libro recomendable si duda.
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