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Por Ignacio Illarregui Gárate y Enric Quílez
[ Entrevista ]
[ Crítica de Las fuentes perdidas ]
[ Cotrina, el talento ]
[ Leyendo entre líneas ]
[ Relato: Perseguir un sueño ]
[ Relato: Lilith ]
El año 2003 ha sido el momento elegido por dos de las editoriales más importantes
del género fantástico para lanzar, de una forma casi sorpresiva, sus primeras novelas de
autores españoles. En Abril, de la mano de Minotauro, aparecía el libro de Javier
Negrete La espada de fuego. Y en Octubre La Factoría ponía en el mercado
Las fuentes perdidas, de José Antonio Cotrina, al que entrevistamos a
continuación.
No voy a describir cómo es José Antonio porque en este mismo especial Julián
Díez “clava” su semblanza en su artículo. Como dice, es un tipo que merece la pena
conocer. Pero sí que quiero incidir en un tema que también comenta y
del que se habla en esta entrevista: su sueño de llegar a vivir de la escritura.
Oírle hablar de su obra es penetrar en su pasión por contar sus historias, urdiendo
mundos ficticios llenos de vida y desarrollando personajes con los que disfrutar o
sentir miedo. Una ilusión que en estos tiempos de escritura fenicia y arrimarse al sol
que más calienta resulta de lo más reconfortante... aunque pueda parecer una quimera.
Espero que al menos tenga la oportunidad de conseguirlo.
Ignacio Illarregui Gárate
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Para empezar estaría bien que nos contases un poco por encima qué se puede
encontrar en Las fuentes perdidas.
A lo largo de estos últimos cinco años he escrito varios relatos que aunque
teniendo entidad en sí mismos eran algo más: piezas de un puzzle que han ido dibujando
un escenario cada vez mayor. Las fuentes perdidas es, por el momento, la mayor
de esas piezas. En esos cuentos iniciales comencé a dibujar una realidad oculta que
comparte vecindad con nuestra propia realidad.
Siempre me ha gustado la literatura en la que se cuentan historias secretas del
mundo. Es la parcela del fantástico que más me atrae: la magia de lo secreto, de lo
escondido, del misterio que está siempre a punto de desvelarse tras esa puerta que nunca
habíamos abierto o entre las páginas de ese libro que nunca habíamos leído. Me gusta el
contraste entre la cotidianeidad y la maravilla. En esencia la novela es eso.
Mi primera intención al escribirla fue la de crear una ambientación compleja,
llena de elementos que tan pronto podían derivarse de la literatura fantástica como de
la ciencia ficción o del género de terror. Quería mezclar mil cosas y que la mezcla
fuera coherente, no un batiburrillo sin sentido: que todo tuviera su lógica y su razón
de ser. Y en ese marco he tratado de crear una aventura sin pausa con personajes
complejos y contradictorios.
Si tuviera que definirla en un par de palabras diría que la novela es una
"fantasía crepuscular"
La verdad es que esa definición le sienta como anillo al dedo. Todo el viaje
tiene un tono muy oscuro y los personajes son decadentes, con unas motivaciones y un
pasado enigmáticos que es necesario desvelar. ¿Por qué te has sentido atraído por este
tipo de historia, tan poco común en nuestra moderna literatura fantástica?
A priori no elegí ese tono para la novela, fueron los propios personajes los que
contagiaron la historia con su naturaleza hasta convertirla en lo que es. Siempre, de
antemano tengo una ligera idea de cómo va a ser el tono de la historia, pero nunca trato
de forzar las cosas. Porque las historias, sobre todo las historias largas, están vivas
y ellas mismas te reclaman su propio tono, su estilo, su ritmo.
Por ejemplo, otro de los relatos de cierta extensión que está englobado en este
universo, "Lilith, el juicio de la Gorgona y la sonrisa de Salgari", es mucho más
luminoso y vitalista. Cada historia te pide su propia identidad.
¿Tenías en mente esa realidad en su conjunto cuando dibujabas cada una de las
piezas, o todo se ha ido forjando sobre la marcha a medida que ibas construyendo cada
historia?
Es muy gratificante ir creando un mundo poco a poco, historia a historia, porque
a medida que lo vas haciendo te vas sorprendiendo a ti mismo con los resultados y eso
siempre es divertido. Ahí está la gracia. No es un universo cerrado, está siempre en
proceso de creación, con cada nueva pieza el puzzle se va ampliando y los escenarios,
interacciones y posibilidades se multiplican.
Todavía no tengo una visión de conjunto porque el proceso de creación aún no se
ha detenido. Pero ese proceso de creación constante conlleva su peligro: hay que guardar
la coherencia entre las historias, hay que intentar siempre que todo encaje a la
perfección. Es un esfuerzo extra, pero merece la pena intentarlo.
¿Quiere eso decir que habrá más historias enclavadas en este universo? (no
continuaciones, porque la historia comienza y acaba)
Sí, claro que habrá más historias. Desde hace cinco años una parte importante de
todo lo que escribo está relacionada con este universo oculto, y seguirá siendo así,
espero que durante mucho tiempo. No voy a centrarme completamente en esta ambientación
porque eso me limitaría: tengo otras historias que contar, de distintas temáticas y
estilos, y a cada una le irá llegando su turno.
En tu primera respuesta has comentado que el libro mezcla muchas cosas, a las
que has dado una coherencia propia. Pero hay un aspecto chocante: la mayoría de los
enfrentamientos se desarrollan de forma muy "física", recurriendo mayormente a
auténticas ensaladas de tiros...
Tú mismo has mencionado ese tono oscuro y decadente de la novela. La violencia lo
es, sobre todo la disparatada, la salvaje, la irracional. Y en la mayoría de escenas de
acción no sólo hay tiroteos. Aunque estos abunden hay muchos otros elementos: magia,
armas futuristas, armas convencionales trucadas... Tampoco hay que olvidar que el
universo de las fuentes comparte vecindad con el nuestro y que según como está planteado
es más sencillo trasvasar material del lado real al "irreal" que conseguir material
allá. Además la mayor parte de los personajes principales son básicamente humanos y su
respuesta a las agresiones será casi siempre "física". Y otro punto a tener en cuenta:
buena parte de sus vidas transcurre en el lado "correcto" de la realidad, y allí –aquí–
es muy sencillo hacerse con cualquier tipo de arma. Por poner un ejemplo tonto: cuando
me documentaba para completar el arsenal que aparece en la novela, descubrí que en
Internet podías comprarte una Browning calibre 50 por seis mil euros.
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Swamp Thing |
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Una de las influencias más evidentes es la de los cómics de horror que autores
como Alan Moore o Neil Gaiman crearon en las últimas dos décadas para DC Cómics. De
hecho Delano Gris al principio parece un trasunto de ese cabrón mayúsculo que atiende
al nombre de John Constantine, aunque después gane una entidad propia muy alejada de
este personaje.
Desde el principio sabía que iba a existir esa comparación, era inevitable. El
universo de Las fuentes perdidas es multireferencial, mezcla géneros y además
trato de integrar en él antiguos mitos y leyendas; en el caso particular de esta novela
el ambiente es tenebroso y desasosegante, a la par que mágico y lleno de resonancias.
Ése es el espíritu de muchas de las historias de Alan Moore y Neil Gaiman, dos
guionistas de cómics que me encantan, aunque el segundo no me convence como novelista.
Siento afinidad por sus temas y su puesta en escena, pero no me han influido más que el
resto de mis lecturas. De todas formas para mí es un orgullo que me comparen con Neil
Gaiman, su Sandman me parece una obra maestra.
También sabía que en ese universo mestizo donde las fuerzas ocultas se mezclan
con tecnologías extrañas y seres de todo tipo y pelaje, a un personaje que en cuanto ve
un bar se mete dentro, que fuma y que va de sarcástico por la vida, iba a ser comparado
inmediatamente con John Constantine, personaje que sólo he seguido cuando estaba en
manos de Moore en la saga American Gothic de La Cosa del pantano. Pero la
personalidad de Delano no tiene nada que ver con la del ocultista inglés. Uno es un
manipulador, frío como un témpano y el otro anda todo el tiempo perdido en un mar de
dudas y sobrepasado por los acontecimientos. Pero aún así es comprensible que muchos
pongan la cara de Constantine en Delano. No me importa demasiado. Hay caras peores.
Aparte de ésta, ¿qué otras fuentes te han servido como inspiración?
Fuentes para las fuentes... Hay algunas obras en las que he pensado de cuando en
cuando mientras la escribía. Por ejemplo, Pequeño, Grande de John Crowley, esa
obra maravillosa en que la realidad se mezcla de un modo sutil y genial con la magia.
La fantasía oscura de Sortilegio de Clive Barker. La obra de Dick cuestionándose
siempre qué es real y qué es la identidad. Y habrá más, pero ahora mismo me es imposible
recordarlas...
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Portada de Las fuentes perdidas |
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¿Cuál ha sido la aventura editorial del libro? ¿Cuándo y cómo nace
Las fuentes perdidas?
Me puse en contacto con La Factoría en el 2001 y les mandé el inicio de la novela–
las primeras setenta páginas más o menos– para ver si les podía interesar el proyecto en
el futuro. Lo leyeron, les gustó y me dijeron que adelante con ello. Durante dos años
les fui mandando los siguientes capítulos a medida que los iba escribiendo, una
“entrega por entregas”. La cosa se dilató en el tiempo porque esta novela compartía
tiempo de creación con una obra juvenil que llevaba tiempo deseando escribir. Cuando por
fin la di por terminada y corregida, mandé la obra definitiva a La Factoría y ellos
dieron su aprobación final.
En cuanto al proceso de creación comenzó casi en paralelo a la novela corta de
"Lilith", que es la primera toma de contacto seria con esta ambientación. Me di
cuenta de las posibilidades que tenía ese universo oculto y decidí ampliarlo, escribí
un esbozo que casi era otra novela corta y que luego me sirvió de ayuda para escribir
la versión final de Las fuentes perdidas.
¿Cómo te sientes siendo el primer autor español que publica La Factoría?
Es un orgullo ser el primero, y también una responsabilidad ya que la editorial
ha creído en mi trabajo para dar ese paso. Sería genial que yo no fuera el único autor
nacional que aparece bajo su sello y que poco a poco se fuera normalizando la aparición
de autóctonos en todas las editoriales, que deje de ser una excepción para convertirse
en un hecho habitual.
Han cambiado mucho las cosas en los últimos años...
Recuerdo cuando empecé a publicar allá por los noventa. Lo poco español que había
podido leer en aquellos tiempos era lo que se encontraba en los volúmenes recopilatorios
del UPC que publicaba ediciones B y las novelas puntuales que publicaban tanto esa
editorial como Miraguano. Los autores noveles apenas tenían salida: fanzines de
escasa tirada y muy poquito más. Mis primeros cuentos aparecieron en el boletín de la
AEFCF y en los dos primeros Visiones. Después desaparecí durante una larga
temporada, perdido en otros quehaceres, y cuando regresé a este mundillo, allá por el
99, me encontré con que el abanico de posibilidades se había multiplicado
considerablemente. Había más lugares donde mover tu obra y durante estos últimos años
la oferta ha seguido aumentando. No sólo han aparecido nuevos sellos editoriales que
apuestan sin ningún tipo de complejo por el producto nacional, también editoriales que
nunca lo habían hecho, como el caso de Minotauro –encima con el respaldo de Planeta tras
ellos– han comenzado a hacerlo.
En el momento actual podemos ser moderadamente optimistas, aunque por desgracia
estamos a años luz de otros países europeos, como el caso de Francia e Italia por poner
dos ejemplos. Nos queda mucho camino por recorrer.
Últimamente están apareciendo (o están en trámites de aparecer) libros de una
serie de autores europeos que han sido profetas en sus propias tierras. El ejemplo más
claro lo encontramos en Andrezj Sapkowski, aunque no quiero olvidarme de los hermanos
Strugatski, Andreas Eschbach, Luca Masali,... ¿Crees que algún autor español de género
podrá llegar en un futuro cercano al gran público como ha ocurrido en estos casos? ¿Qué
se necesita para romper esa barrera?
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La perla del fin de los tiempos |
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Creo que el problema reside en que el mercado español de literatura de género no
tiene mucho que ver con los mercados en los que se mueven los autores que nombras. Ellos
ya tienen un gran público de por sí y, por lo que veo allá, no tienen tantos prejuicios
ante los géneros y además les da absolutamente lo mismo comprar una novela anglófona que
de un italiano.
Nuestro mercado es mucho más reducido y, aunque parece estar creciendo poco a
poco, aún estamos lejos de igualar a nuestros vecinos y eso no sé si lo verán mis ojos.
Igualmente existe todavía ese prejuicio del gran público ante la literatura de género y
persiste –aunque disminuyendo– el prejuicio del aficionado medio cuando está ante una
estantería contemplando una novela de un autor nacional. Si Stephen King se llamara
Esteban Rey y hubiera nacido en Murcia, el pobre no sería lo que es ahora, no.
Puedo equivocarme pero creo que el camino de la profesionalización del escritor
nacional está precisamente en esos otros mercados. Aguilera, Marín y Negrete ya han dado
el salto y sus obras se están vendiendo tan bien por allí que, por ejemplo, en el caso
del primero llega a publicar antes sus novelas en Francia que en España. En cuanto a
llegar al Gran Público, ése con mayúsculas. ¡Uff!, ojalá conociera el secreto, no me
importaría compartirlo después de haberlo usado un par de veces.
Centrándonos en el resto de tu producción, eres también conocido por el
universo de raíces cyberpunk que presentaste en “Salir de fase”, donde también
has situado otra novela corta, Mala racha. ¿Qué te atrae de esta temática?
El cyberpunk, junto a la space opera, son las parcelas de la
ciencia ficción que siempre me han atraído más. Recuerdo el impacto que me causó
Neuromante de Gibson. Me encanta la tecnojerga del cyberpunk, sus
personajes oscuros, su ambientación decadente que parece decir: la ciencia no os puede
salvar de vosotros mismos. Para mí es el reverso tenebroso de la ciencia ficción
clásica.
Y tenía ganas de escribir algo de esa temática, pero nunca encontraba una idea
que me resultara lo bastante atrayente como para intentarlo. No hubiera podido
simplemente comenzar una historia con esa ambientación sin una idea previa que fuera
potente. No sólo basta el marco, tienes que dar con la historia precisa. Por eso tardé
varios años en escribir mi primera historia claramente cyberpunk:
Mala racha; “Salir de fase”, aunque esté enclavada en el mismo universo que la
primera, no es tan pura en ese sentido. La primera es mucho más decadente y sombría.
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Mala racha |
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En ambas los seres humanos cambian de cuerpo según sus posibilidades y
necesidades. Se crean cuerpos para todo tipo de trabajos, disfrutar al máximo del sexo,
asistir a fiestas, combatir en circos,... Una idea ciertamente fascinante.
La idea inicial surgió de un sueño. Sí, a veces me pasa, imagino que a muchos
otros escritores también. El subconsciente se echa encima del consciente y al despertar
recuerdas algo: una idea, una escena, un sentimiento,... y luego tiras del hilo todo lo
que puedes. El día anterior había estado comprimiendo mil cosas en el ordenador, no
recuerdo por qué ni para qué, pero esa noche soñé con alguien que se comprimía a sí
mismo una y otra vez, reduciéndose, haciéndose cada vez más pequeño, más minúsculo,
hasta prácticamente desaparecer. Me quedé con esa idea al despertar y luego al echar
mano a un disquette pensé en ello de nuevo.
En esencia somos pensamiento y sentimiento y todo ello está recogido en nuestro
cerebro. Software y hardware. Luego comencé con los fastuosos y famosos:
¿Y si?: ¿Y si se encontrara el modo de verter ese software en otro dispositivo? ¿Dónde
quedaría la identidad si trascendiéramos del cuerpo? La idea de los cuerpos
intercambiables fue la siguiente. El cuerpo convertido en utensilio pero hasta sus
últimas circunstancias. Mi parte preferida de los dos relatos es cuando el protagonista
de Mala racha se da cuenta de que el cuerpo que lleva se comienza a pudrir y que
no tiene dinero para conseguir uno nuevo: es la decadencia total.
Una de las consecuencias más claras que se puede extraer de su lectura es la
completa pérdida de los roles sexuales. Las etiquetas varón y hembra pasan a ser estados
transitorios condicionados por el cuerpo que se ocupa. ¿Lo ves como algo factible?
¿Deseable? ¿Abominable?
¿Una situación ideal? ¿Abominable? Habría que sopesar los pros y los contras y yo
siempre suelo encontrar más de lo segundo que de lo primero. Soy bastante pesimista con
respecto a esta humanidad nuestra. Creo que nunca lograría escribir una utopía porque
no creo en ellas, ni siquiera podría escribir una historia futura medianamente feliz: la
historia del hombre es demasiado oscura como para albergar esperanzas.
Por ejemplo, es cierto que en el universo que planteo en esos dos relatos los
roles desaparecen y la única referencia que queda es la individual: el "yo soy"; fuera
de sexos y razas; ahí sí se llega a la igualdad y sí, es una igualdad deseable. Pero
aunque ese tipo de discriminación desaparece nacen otras nuevas: el cuerpo que llevas
te marca y te define, si perteneces a un determinado estrato social no podrás acceder a
determinados cuerpos, tal vez tengas que contentarte con cuerpos de serie. Las
diferencias entre clases se hacen mayores y más palpables, porque llevas esa diferencia
puesta.
Con “Salir de fase” ganaste el UPC y con Mala racha el Alberto Magno,
ambos en el año 2000. ¿Volverás algún día a este escenario o consideras "agotado" el
filón?
Cuando me planteé estas historias caí en el inevitable tópico y pensé en
términos de trilogía. Pero no una trilogía al uso. Lo que quería eran tres relatos más o
menos extensos que al final se agruparan en una única novela. Sigo con esa idea.
"Salir de fase" es la tercera parte de esa hipotética novela y Mala racha la
primera. Falta la central, la que enlaza ambas y que probablemente será la más larga de
las tres. Así que espero poder volver a ese universo para completar la historia, aunque
no tengo fecha en mente para ello. Además, antes de escribir esa historia central tengo
que volver a las otras dos, corregirlas y ampliar puntos que no tuve espacio de
desarrollar. Escribí esas historias pensando en el UPC y el Alberto Magno y tuve que
ceñirme al límite de páginas de los mismos. En ambos casos dejé cosas en el tintero que
me gustaría contar. Tiempo al tiempo.
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Premios UPC 2001 |
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Para la siguiente edición del UPC presentaste “Tiempo muerto”, quizás el
relato más “clásico” que has escrito.
Sí, de todo lo que he escrito es lo más clásico y de largo. Me dio por
aproximarme a las parcelas del género más tradicionales y probar suerte. Con este
relato tengo sensaciones bastante contradictorias. La idea de los observadores
temporales y toda la intriga que se pone en marcha cuando descubren que hay alguien
alterando el pasado me gustó en un principio. Daba mucho juego tal y como estaba
enmarcado el relato. Pero luego el resultado final distó bastante del objetivo que
pretendía. La historia perdió potencia porque tenía en mente presentarla al UPC y de
pronto, a escasos días de la fecha final de entrega, me di cuenta de que iba a necesitar
como unas cincuenta páginas más para escribir la historia como debía. Tuve que alterar
el ritmo de la narración y eso repercutió en su contra. Me encontré con una historia
que comenzaba con estructura de novela y terminaba con estructura de cuento. En esa
historia sí que me dejé un montón de cosas en el tintero...
En él aparece Tut-ankh-amón, que ya protagonizó otro relato tuyo,
“La Pirámide”. ¿Fascinado por el personaje?
Fascinado más bien por toda la mitología e historia del Antiguo Egipto. Es una
civilización cautivadora, llena de elementos que la hacen única en la historia de la
humanidad: es un mundo aparte. En mis historias suelo usar muchos elementos que
provienen de allá. Por eso, por ejemplo, elegí Egipto como punto y aparte en la
narración de Las fuentes perdidas. Hasta que el grupo no llega allá no se
produce el paso total de una realidad a otra. Usé Egipto como puente, como frontera
entre el mundo real y el mundo oculto.
Determinados relatos, como los dedicados a la ciudad de Soberbia o el
hermosísimo “Perseguir un sueño”, tienen una cadencia muy oral, como si estuviesen
escritos para leerse en voz alta...
Es cierto, y me sorprendió mucho que fuera así, porque hasta hace poco no
pensaba en mis cuentos como historias para “leer en voz alta”, aunque alguno de ellos,
de un modo totalmente inconsciente y fortuito, funcione muy bien así. Tal vez sea por
imitación, por tratar de hacerme con esa cadencia especial que tienen algunos relatos,
esa maravillosa fluidez. De todas formas el cuento, por tradición, siempre ha sido oral.
Estaba concebido ser para contado, no para ser leído.
Recuerdo muy bien el día que descubrí esa cadencia oral en mis relatos: un amigo
me pidió permiso para leer “Perseguir un sueño” en una sesión de cuentacuentos y yo
acepté medio perplejo, halagado de que alguien quisiera leer uno de mis cuentos, y
extrañado porque no sabía cómo podía funcionar aquello. Al poco tiempo mi amigo, que se
había aprendido el cuento de memoria, me lo soltó de principio a fin y ya fue cuando me
quedé completamente perplejo: reconocía mi cuento, pero había cambiado, había ganado
una vida y una dimensión que yo no le había dado.
Ahora cuido mucho esa fluidez oral, he empezado a escribir cuentos para niños,
por ejemplo, y antes de darlos por acabados los leo en voz alta para ver si funcionan de
verdad.
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Artifex 3 |
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Antes has comentado que alguna de tus historias ha surgido de sueños, y en
muchas se entrevé que imaginar y soñar son actos de gran importancia para el hombre,
que ayudan a mejorar el mundo.
Los sueños son una válvula de escape y el modo en que nuestro subconsciente se
manifiesta de manera más clara, sin ataduras, completamente libre. En cierto modo hay un
paralelismo entre los sueños y ese tema que tanto me fascina: los mundos ocultos, las
parcelas secretas de la realidad. Los sueños son eso mismo: las barriadas fantásticas
de nuestra mente. Allí hierve todo. Y de algún modo el género fantástico que tanto nos
gusta surge de la zona fronteriza que separa nuestro yo consciente del yo subconsciente.
Trabajamos sobre sueños.
No sé si los sueños pueden ayudar a mejorar el mundo, ojalá fuera así, desde
luego. Lo que sí sé es que me ayudan a cambiar mi mundo.
Hay un dato curioso sobre tu biografía que ya has comentado brevemente.
Después de publicar tus primeros relatos, con relativo éxito, desapareciste del
panorama durante un lustro...
Creo que para responder (o tratar de responder) a esa pregunta tengo que
retroceder mucho en el tiempo. Así que me pongo en plan modo “batallitas del abuelo”
ON.
Para mí escribir siempre ha sido un juego. Creo que la culpa de esta vocación
mía la tienen mis abuelas, que nunca dejaban de contarme cuentos (maravillosa
tradición), y mi padre que, mientras me enseñaban a leer en el colegio, me daba clases
de refuerzo haciéndome leer tebeos de Mortadelo, del Capitán Trueno y
similares. Leer fue desde el principio una diversión constante y muy pronto, por
imitación, decidí contar historias. Al principio simplemente copiaba los textos de los
bocadillos de los cómics y a veces hasta enumeraba los elementos que aparecían en las
viñetas. Estaba empezando a jugar.
Luego ya traté de contar mis propias historias. Primero las jugaba con mis
muñecos (espectaculares space operas y dramáticos westerns seriados) y
luego las iba trasladando a papel. De aquel tiempo es mi primera novela: un engendro de
cien páginas escrito a lápiz e ilustrado por mí mismo al que le tengo un cariño
especial. Es lo único que me ha quedado de aquellos primeros juegos.
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Visiones propias 2 |
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A medida que pasaba el tiempo seguí jugando y tuve la suerte de toparme, en el
instituto, con un profesor de literatura que además de dar clase trataba de inculcar la
pasión por la asignatura a sus alumnos. Recuerdo que por aquellos tiempos mi ortografía
era más horrorosa de lo que es ahora –aunque parezca imposible, como dicen los que
tienen la desgracia de corregir mis textos–. Y él, sabiendo lo mucho que me gustaba
escribir, decidió tratar de enmendarme con un curioso castigo: por cada diez faltas de
ortografía debía escribirle un cuento. Fue mi época más productiva, sobre todo porque a
las faltas de ortografía de exámenes y trabajos se les unieron las faltas de los
relatos. Un círculo vicioso. Todos los cuentos que publiqué antes de desaparecer son de
esa época. “Tormenta”. “La noche”. “Otoño”. “Crucifixión”. Todos fueron “castigos”.
Y luego, durante cinco años, dejé de jugar. Simplemente pasó. Comencé la
universidad y ya no sentí esa imperiosa necesidad por escribir. A veces echo la vista
atrás y me arrepiento de ello, pero otras pienso que un parón era necesario. Llevaba
escribiendo sin pausa, sin parar, desde que era un niño. Creo que llegó un punto en que
me cansé, aunque suene extraño. A veces viene bien pararte, refrescarte con otras cosas
antes de volver a la carga. Lo que pasa es que ese parón duró mucho, demasiado, y
cuando sentí de nuevo ganas de escribir me di cuenta que casi había olvidado cómo
hacerlo. Durante más de un año viví en mis carnes ese mal del escritor tan común
conocido como el “síndrome de la página en blanco” hasta que de pronto, una noche,
llegó la inspiración: me desperté con una ciudad dando vueltas en mi cabeza: Soberbia.
Escribí “Destino Soberbia” en apenas una semana. Recuerdo la satisfacción tremenda de
haberlo terminado, no era gran cosa, una postal, pero me sirvió para probarme a mí
mismo que podía volver a jugar.
Luego le llegó el turno a “Lilith, el juicio de la Gorgona y la sonrisa de
Salgari” y allí ya disfruté como un enano. Había vuelto. Desde entonces no he parado de
escribir. Y además ahora sé que nunca podré dejar de jugar.
¿Qué proyectos tienes para el futuro?
Ahora estoy alternando cosas. Ando escribiendo cuentos, que era un terreno que
tenía bastante olvidado después de dos años dedicado en exclusiva a escribir novelas.
Quiero recuperar de nuevo el pulso en el terreno corto, es una distancia que me encanta.
También estoy preparando la que será mi segunda novela juvenil y, si todo va bien, una
vez concluida, me pondré a escribir una novela de ciencia ficción grasienta, con
elementos de terror y un aire cyberpunk degradado. Esos son mis planes, pero esa
última novela de la que te hablo no se queda quieta en la fila de proyectos y creo que
tiene la intención de que me dedique a ella de pleno.
Lo que tengo claro es que después de esas dos novelas, volveré al universo de
Las fuentes perdidas. Ando esbozando la que será la próxima pieza del puzzle.
Por el momento ya tiene título: Las sombras rotas.
Creo que ya va siendo hora de ir terminando, aunque no me resisto a hacerte
una última pregunta. ¿De dónde viene esa fascinación por lo fantástico? ¿Por qué
dedicarse a este género literario cuando fuera de él sería más fácil sobrevivir?
Nunca he tratado de racionalizarlo. Está ahí desde el principio. Como lector y
como escritor siempre me ha atraído esta temática más que ninguna. Pero no sólo por la
evasión que te supone, no por esos ratos de escape de la realidad cotidiana; hay algo
más (y vuelvo a uno de mis temas recurrentes). Esta literatura contacta con nuestro
subconsciente, habla directamente con nuestros sueños.
En cuanto a tu segunda pregunta recuerdo que una noche, antes de acostarme, me
pregunté lo mismo muy seriamente. Al rato llegó una idea y tuve que levantarme a las
tantas de la mañana para escribirla de un tirón. Salió un cuento muy corto: “Perseguir
un sueño”. Creo que es la mejor respuesta a tu pregunta.
Nota: Las dos fotos que se pueden contemplar en este especial fueron tomadas
por Ana Díez durante la presentación de "Las fuentes perdidas" en la
Librería Gil de Santander, el 27 de Noviembre de 2003.
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